Bloqueo
Mi libro de cabecera es un revólver y quizá
alguna vez al acostarme, en vez de apretar el interruptor de la luz, distraído,
me equivoco y aprieto el gatillo.
Jacques Rigaut.
Continúa
pensativo frente a la página en el procesador de texto en el ordenador. Han
pasado meses desde que escribió el último relato que valiera la pena. Lleva
semanas sin dormir y bebiendo lo que consigue. Ya no queda nada de valor en su
poder que pueda vender o empeñar, sólo la vieja computadora que lo acompaña
desde sus días de gloria. Acaricia levemente con los dedos húmedos el teclado
una y otra vez. Se detiene y observa un antiguo retrato donde sonríen abrazados
una mujer y un hombre. Se rasca un instante la barba descuidada y gris. En el
cenicero arde un cigarrillo que se acaba, una breve columna de humo se desliza
hasta la ventana y se pierde hacia el infinito.
La habitación es
un caos: hay ropa dispersa por todas partes, botellas de ron vacías, y algunas
latas de cerveza. La cama está deshecha y sucia, sobre ella descansa una mujer,
boca abajo y desnuda, profundamente dormida.
Él desvía la
mirada del retrato y vuelve a la pantalla, a la página en blanco. Enciende otro
cigarro que enseguida deja en el cenicero y comienza a escribir ágilmente, con
la habilidad inherente a los grandes escritores, o con la prisa de quien conoce
ya su destino. Sobre el escritorio hay una Biblia entreabierta, y sobre ella
una navaja ensangrentada. En el suelo un charco de sangre crece lentamente y
humedece sus pies descalzos. El sonido de los dedos sobre el teclado se hace
cada vez más lento y lejano. Mi esposa despierta y grita espantada al verme
reposando al fin en paz sobre mi propia sangre.