Montando el filo superior de un pez negro,
extraño animal de mente bicéfala,
van los poetas, sin saberlo, al corazón del Aquelarre,
que resulta ser aquella ceremonia
soñada desde el vientre.
Sólo por curiosidad, uno de ellos cuestiona:
¿Cómo arderá la fogata prometida, siempre rodeada por el océano?
Mas al acto comprende lo nimio de la cuestión,
y lo medita, y no habla
pues antes ya se había preguntado
cómo era que podía fluir la poesía
tan clara
tan bruna
argenta al anochecer
en aquel asfalto que muere
en pos del progreso de la nada
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