martes, 21 de marzo de 2023

Entropía y desorden - Por Julián Males

 Autonomía hermafrodita

Gráciles curvas de tu cuerpo

Tensado en delicados hilos de alabastrina

Propios de sensual y mutuo acuerdo.

Oh, por la dulce Atenea

De actitud dulce y serena

Ruegos huecos de significado

Falaz mentira del predicado.

El profeta observa atento la circunscripción

Aunando las energías de predicción

¡Apresurad los vinos excelsos y melosos!

Para el jolgorio sinuoso.

Uno, dos, cuento tu orgasmo

Tres, cuatro, palideces exängue

Siete, ocho, te enojas en medio del sarcasmo

Nueve, diez, aseveras ecuánime.

Pensamiento volátil y etéreo

Ruge ante el desorden perpetuo

Murmura con los castigos severos

En el rumor de los cuervos.

Arrastra hórrido el peso de la culpa

Periclitada fuerza ejercida

Merman los errores a la lupa

De visos fuerte y fenecida.

Plantas especias de la naturaleza

Exhiben exuberante la delicia de sus cuerpos

Con curvas puras en gentileza

Y juicio en verdad terco,

¿Por qué yacen muelle en mi despacho?

Con sus aromas sutiles e inodoros

Con sus flores risueñas a lo ancho

Y sentires frágiles e indoloros.

Ingente campaña raudal de los corceles

Que corren desbocados en el firmamento

Aplastando con sus pezuñas los arandeles

De una plaza vivida y en movimiento.

Una abundante alameda

Victoriosa llegada de los héroes

Con la cabeza cercenada

De los enemigos fueren.

Gloria de los señores portentosos

Con sus opulentas celebraciones en despojo,

Del pobre humano loco


Que desea con fervor que un milagro haya.




SANATORIO DE QUINTAY - Por Juan Carlos Castillo

La bahía se azota a sí misma

media luna, en posición de espera

redundante.


Rocas en deformación, sin retorno

registran  la sal, 

que dibuja con infame abstracción,

Pollock Richter, tacla y brisas

de algún wols.

naderías para las algas que se tuercen

agrupando las babas en jeringas de yodo

y no sé qué,

también naufragio serpenteante y fofos

 choques en otros arrecifes de lánguida

memoria: penetrados en su estado de

        milenaria satisfacción.


Agua, movimiento tiránico

que expande la tristeza de con-vivir

con migo y no ser yo

Agua, re, mucha. Extraído del libro "13 Poemas"

De cuando caminando por Ventanas terminé caminando por Caracas - Por Mariano Gallardo

 

De cuando caminando por Ventanas terminé caminando por Caracas

(episodio del libro “Rock’n Horcón” de Mariano Gallardo)

Ahí habíamos llegado a Venezuela. Estaba el Jano, la Karen y la Paloma. Estábamos en Caracas, que era una ciudad impresionante y moderna, pero por sobre todo muy tensa, los caraqueños eran rápidos, iban de un lugar a otro muy exaltados, provocando una densidad extraña en el aire.

Yo estaba sentado sobre nuestro equipaje, los demás andaban en algún otro lugar. En eso aparecen dos hombres terneados de negro y con gafas oscuras. Se me quedan mirando un rato y luego uno se acerca. Ninguno de nosotros tenía algo así como un pasaporte, además yo estaba prófugo y ahora podía encanar. A ver, la cosa aquí fue rápida, pero enredada. El veneco era un policía, y me dice: “Bueno, si quieres comprar yerba, no compres nada malo chamo, aquí hay de la buena”. Acto seguido saca un papel plateado de su bolsillo y lo abre, ahí tenía unos cogollos. El tipo presume de que seguramente yo jamás había visto algo así y me pide que los huela. Yo olí bastante, y aunque el cogollo en su estructura no era tan impresionante, el aroma estaba buenísimo.

Cuando llegaron mis amigos nos fuimos, siempre con esa impresión de que en las calles estaba ocurriendo algo, mucha policía y nada en calma, algo en la forma de ser de ellos era acelerado, como uno podía pensar que era un cardumen, esto se parecía mucho a eso, pero no tan alegre. Así, de repente, por una calle muy transitada se me acerca un tipo y me dice que no vaya con la polera dentro del pantalón, sino que la lleve afuera, porque allí todos andan con cuchillos y es necesario que los demás, por último, piensen que yo también llevo un arma ahí, o sino voy a cooperar.

Seguimos un tanto extrañados, como a los diez pasos, en un café, se arma una gresca gigante que acaba involucrándonos a todos. Nosotros que nos habíamos sentado en unas sillas de la cafetería, nos pusimos de pie, todo el mundo lo había hecho, sacaron cuchillas y un par sacó pistolas. Todos se incitaban, unos a otros, pero no pasó más allá de un par de golpes y un extraño exhibicionismo.

Yo me acordé en un momento que había soñado con Yerka, me gustaría saber con claridad de qué se trataba el sueño, yo la veía embarazada de nuestro hijito, había un dejo de tristeza y ternura en el sueño.

Yo me acordé de eso, así sin querer a uno se le vienen esos reflejos de lo que pasa en el otro lado, y a veces sólo un recuerdo, un instante, una imagen, o una sensación, así como un sabor en el paladar, ¿a qué?, no se alcanza uno a dar cuenta.

Íbamos por esas calles de Caracas y como siempre que uno anda en otro país, además con dos rubias y hermosas mujeres, como la Karencita y la Palomita, se nos habían arrimado dos simpáticos caraqueños, yo me había acordado de ese sueño y como que iba en otra, así es que no recuerdo muy bien cómo llegamos al departamento de ellos, pero los locos nos invitaban a tomar unas cervezas Polar,  acompañadas de coña de Altagracia de Orituco. Estaba todo bien y era claro que ellos tenían intenciones poco honorables respecto a nuestras amigas.

Uno de los tipos, el que tenía el pelo claro, comenzó a explicarnos la situación de violencia general que se estaba viviendo en Venezuela, que algo había provocado el que toda la gente anduviese saltona. Si alguien miraba mucho a otro, sus tajos, si había una trampa por tráfico o monedas, cañonazo de una. En general, se estaba dando que la única forma de trabajar y ganar un sueldo digno, era estando fuera de la ley. Ahí estaban las oportunidades, sobre todo en el tráfico de armas, ya que toda la gente quería armarse y matar a alguien.

En esa, (me guastaría comentar antes, lo buena que estaba aquella macoña) el tipo va y abre una puerta como de un armario, y saca un cilindro grueso, de tosco metal, yo no entiendo mucho de diámetro y radio, pero eso era tan grueso como una garrafa. ¿Qué era? El tipo nos hizo seguirlo hasta una especie de terraza, pero que era la ladera de un cerrito, estábamos en los barrios marginales de Caracas, como en Valparaíso construcciones en altura, con vista al plan de la ciudad.

El joven va y calza aquel cañón en uno de esos carritos, carritos de cañón, ¿se entiende o no?

Se sienta, comienza a apuntar y le pide al otro que le traiga la bala, nosotros, o yo por lo menos, dudaba de que ese cañón fuese de verdad, o que estuviese funcionando. El amigo vuelve, trae un óvalo plateado brillante, nosotros nos acercamos, vimos cómo el tipo calculaba y apuntaba directo al cuartel de policía militar, algo así como el GOPE de Caracas. Abajo se veía el edificio, unos policías en la puerta, otros que entraban y otros que salían, en eso el tipo dispara, la bala viaja veloz por el aire y da de lleno en la estructura del edificio. Sale humo y fuego, policías que parecen hormigas estropeadas mirando hacía un lugar desconocido, los venecos se ríen tirados de guata, mientras nosotros nos cubríamos para que no nos fuesen a identificar.

Todo había sido de verdad, después de haber visto cómo le daban por el culo al cuartel de policía, de sentir que estaba en Caracas y no en Ventanas, de pensar lo tan buena que había estado la marihuana, lo único que podía decir era: “qué loca toda la hueá”. De ahí, como que me urgí un poco, ¿quiénes eran estos locos, cuántas armas tendrían, nos matarían y violarían a nuestras amigas?

Por el momento nos íbamos, los seis, nos llevarían a otro lugar más bonito, a ver un río, naturaleza aledaña. No estaba tan lejos, el río era pequeñito, pero estaba limpio y muy cristalino. Bajo sus aguas había un manto de esas plantitas, parecidas a los berros, o eran berros, nunca he estado muy seguro cuándo son o no son berros. Nosotros caminábamos a pie descalzo por sobre ese manto, era una sensación de mucha tranquilidad, las laderas eran amplias y verdecitas, unas lomas que parecían tan suaves que me recordaron Dumuño. Caminábamos así en la más amigos, mirando los paisajes, casi sin hablar, era un cambio total, la otra Caracas, pero la misma, en otra instancia, una caricia y un golpe.

Al seguir bajando por el río, que nunca fue tan profundo, siempre hasta las rodillas no más, en una de sus orillas encontramos un restaurante al paso.

        Puros pescados y cosas que sacan del río- dijeron los caraqueños. 

        Ya, vamos a comer entonces- dijo Karen.

El bajón de la yerba, la caminata y el aire puro nos ocasionó un hambre severo. El puesto de comida tenía una vitrina, en donde ofrecían toda la variedad de platos que servían. Eran peces pequeños, peces de río y una especie de langosta, que no se veía muy apetitosa. Nadie sabía qué pedir, eran peces desconocidos para nosotros, además, ¿cuánto valían?, nosotros le decíamos a los venezolanos que pidieran ellos primero, pero se miraban y no pedían nada, entonces nosotros tampoco pedíamos.

Al fin la Karencita y la Paloma pidieron una especie de pececillo que no sé qué, pero que tampoco tenía nada de especial. Yo no sabía qué pedir, pensaba en la langosta, pero era muy chiquitita.

De repente, caché que andaba con caleta de plata, y que podía comprar cualquier cosa sin importar el precio y que incluso podía invitar a los demás todo lo que quisieran. Entonces saqué unos dólares e invité a todos algo más, sí, y todos aceptaron, pero los caraqueños pensaron que al principio yo me estaba cagando, que yo no quería gastar ni uno, y no supieron que era que yo no sabía que tenía esa plata y que por eso antes no había pedido. De nuevo volví a urgirme, tal vez los venecos me asaltarían ahora que sabían que tenía dólares.

Bajamos por una de esas lomas, esas verdes lomas. Allá a lo lejos se veían unos mochileros, este era un lugar en donde uno podía acampar y pasar piola, ellos habían estado allí un par de días, eran varios artesanos. Bajamos todos juntos, había un chileno, unos uruguayos, y unas argentinas, toda gente buena onda. Bajamos corriendo, había un charco de barro, paramos ahí, nos metimos todos desnudos y chapoteamos caleta de rato en el barro. Al lado venía bajando el riachuelo y ahí uno se bañaba después, y si querías te podías meter de nuevo en el barro y vuelta al agua. Estábamos cagados de la risa de hacer esto.

Ya después de un buen rato nos íbamos, yo iba bajando con uno de los uruguayos, un loco de barba que me hablaba de Cafrune, los otros se devolvieron y se volvieron a meter al barro. Bajaron después todos llenos de un lodo negro muy bonito.

Al fin seguimos bajando hasta empezar a caminar por la ciudad. Dejamos atrás al grupo y nos fuimos con la Karen hasta el final de la playa. Habíamos subido de nuevo un cerro, los recovecos y las escalas eran muy porteña. Habían unas niñas pequeñas que jugaban afuera de sus casas, la Karen se quedó jugando con ellas, yo decidí caminar. Los demás nos alcanzaron y miraban embelezados esa vista que había desde la altura. Yo comencé a bajar solo, anduve así por todos lados, caminaba y caminaba sin parar, como mirando todas las cosas por primera vez, las cosas nuevas, las cosas de otra gente, de otras ciudades. Llegué a una plaza y vi a un caballero que jugaba con su hijo y con un perro blanco, me pareció algo único, en ese momento sentí no ese calor intenso de Caracas, sino que una brisa muy especial, muy refrescante que me hacía andar feliz, como volando por entre las calles. Andaba y andaba sin cansarme, caminaba y caminaba y todo me parecía deslumbrante. Pensaba que andaba en Caracas, en Venezuela, además por los barrios más periféricos y sentía una enorme tranquilidad, ya no esa violencia del centro de la ciudad.

Bajé por una callecita, después había otra más amplia por donde pasaban vehículos, la crucé y llegué a la línea del tren, volví a cruzar y me vi andando por ahí cuando uno viene de Horcón y llega a Ventanas, a su costanera. Lloviznaba, era verano y hacía un gran calor, había varios arcoíris simultáneos, la llovizna era casi un manto de vida, pero en verdad era lluvia ácida. Yo aún pensaba que estaba en Caracas, pero ya no, ahora estaba en la calle principal de Ventanas, caminando entre gringos de pantalones cortos. En general la gente andaba relajada, la llovizna estaba mojando duro, pero había una alegría general porque cerrarían la fundición. ¿Cómo mierda había llegado a Ventanas si estaba en Caracas? Sentí terror de haberme perdido de mis amigos, cómo volver, qué hacer. Volví por el mismo camino, crucé la calle y allí estaba nuevamente en Caracas, sí, volví a subir ese cerro y me encontré con el Jano y le dije: “Llegué caminando hasta Ventanas y ahora volví”.

Al principio no me creyó, me dijo que era imposible que yo hubiese atravesado de Caracas hasta Ventanas, pero luego recordó que sí, que había una ruta antigua que unía a Chile con Venezuela y que se podía hacer a pie en pocas horas. Entonces se rió, y todo fue normal.




Presunción - Por Solanye Caignet


Juan Luis Navarro fue mi padre, mi hacedor, el vampiro que me dio vida. Siempre sentí su

cercanía por el olor que emanaba, un hedor imponente. Fue quemado, destruido,

descuartizado en trozos bien cortados. Cientos de años después paseando delante de un

viejo cancel que hay cerca de mi calle, comencé a sentir una pestilencia peculiar.




El falso Tesla y su máquina oval - Nouvelle completa por la autora argentina Daiana Machado

 Esta es la historia de un arqueólogo, quien descubre una máquina destinada a poder intercambiar personas de mente sencillas, por brillantes personalidades del pasado o del presente.

El creador de la máquina –un falso Tesla quien desea ser Tesla–, será víctima de sus propios deseos. La máquina será sometida al juicio de distintas miradas, que responderá y preguntará, mediante sus efectos, por la existencia y el alma.

Para adquirir el libro completo, ingresa a este link: https://autoresdeargentina.com/el-falso-tesla-y-su-maquina-oval-daiana-machado/


martes, 7 de marzo de 2023

Julia otra vez - Relato del autor Álvaro Morales

 

 



 

La veo entre medio de la gente. No es como tantas veces he imaginado. El tiempo no se detiene ni la peina el viento. Pero en mi pecho, igual que una maquinaría antigua y oxidada, un latir descontrolado se activa y me arrastra hasta el resoplido.

¡Es ella! Sacude el pelo que ya no es del mismo color y pierde la mirada entre la gente con gesto displicente. No viste de oscuro, aunque han pasado diez años y el tiempo cambia a las rocas más duras. Todas las memorias, retenidas cuan valor preciado y excepcional, por sobre todas las otras cosas que se deslucen, vuelven en un instante. Todo se ajusta, ocupa su lugar. Como un proceso tácito e ignorado, pequeñas piezas se van acomodando en mí interior. La transformación ordinaria en la que la percepción se acomoda al recuerdo cumple su cometido. Pero la información y su caudal es tan fuerte que rebota y el sentido se invierte, como si los recuerdos comenzaran a adaptarse a lo que ven mis ojos. ¿Cómo saber hasta dónde llega la contaminación del deseo?

No me ha visto. No sospecha la forma en la que está por cambiar su día. Luego de todo este tiempo no sé qué esperar y, cuando un pequeño atisbo de duda parece asomar, camino a su encuentro con decisión e intentando no pensar en el abanico de posibilidades. Tan solo una de ellas debe ser la correcta.

¡Es ella! Gira el rostro, el perfecto perfil tantas veces soñado, la sutil arquitectura, la mágica alineación de cada uno de sus detalles. Cuando nuestras miradas se cruzan me detengo. Pero su mirada es un lazo, siempre lo ha sido, y me atrapa y me arrastra por entre medio de la gente.

—¡Sos vos! —exclamo.

—No lo puedo creer —responde y se lleva las manos a la cara, en ese gesto tan característico.

—No digas nada —le digo y la abrazo.

Me mira con gesto sumiso.

—Hace diez años que espero este momento. Llegué a pensar que después de tanto tiempo la multitud amortiguaría el encanto y que seguiríamos perdidos aunque nos cruzáramos a cada rato. A veces la gente se pierde en el mismo dormitorio, y en una ciudad tan grande… Pensé que nunca volvería a verte. Decime algo.

Sonríe.

—Siempre me enamoraron tus contradicciones —dice.

Y es cierto. Siempre dijo que amaba mis contradicciones y que yo adoraba las suyas, aunque no entendiera qué quería decir con eso.

Tomamos un taxi hasta su apartamento, mirándonos en silencio durante todo el trayecto casi como si las palabras pudieran ser un pretexto que anticipe el fracaso. Nos besamos con pasión en el ascensor, y apenas nos desprendemos para que abra la puerta. Sonrío al encontrar un cuadro que confunde las caras de Dylan y de Calamaro, cada una de ellas igual que un reflejo difuminado. Tiene plantas junto a las ventanas y una gran biblioteca llena de polvo en donde se asoman varios discos de vinilo intercalados. Adivino en la confusión entre las sombras de los muebles y las luces que se filtran por los cristales la presencia de un gato.

Caemos en el lecho en cámara lenta. La voy tomando fingiendo cierta delicadeza, y luego me deslizo dentro con fuerza. La tomo con firmeza desde los hombros de manera que no puede salirse. Gime y se queja, la química amenaza desbaratarse. Los años han pasado y está más grande, pesada; se ha alargado, se ha teñido, ha adquirido el agrío aroma del tabaco; pero es ella, al fin y al cabo ella, y eso tal vez sea lo único que importe. Deshace mi abrazo y se aparta. Me gustaría poder decirle que no importa, que es evidente que las cosas tantas veces pensadas en pocas salen como planeamos y que todo este tiempo de fantasía nada pueden contra un instante real. Aunque me callo. Respeto el silencio que ha establecido. Supongo que ese otro momento fantaseado en el que nos contamos cómo hemos llegado hasta acá, los picos altos y los no tanto, vendrá después, cuando disminuya la ansiedad del encuentro y se enfríe el clima entre nosotros.

Enciende un cigarro y me ofrece otro.

—No, gracias,

Me mira por sobre el hombro, con esa mirada que solo saben ofrecer las mujeres sin ropa y desilusionadas.

—¿Lo dejaste? —pregunta.

La miro sorprendido.

—Nunca fumé.

Se ríe.

—Sí, claro.

Sospecho algo. Presiento la conversión del río en cascada.

—Que loco, Julio, vos y tus contradicciones.

Me aparto hasta el borde de la cama y, como si un pudor fuera de encuadre se hubiera apoderado de mí, estiro la sábana para cubrir mis genitales.

—¿Julio? ¿Qué querés decir con Julio?

Veo la forma en la que detiene el movimiento de su cabeza, el humo queda a medio camino dentro de su boca y no sale. Es como si mis palabras hubieran armado un embrujo gracias a una impensada pronunciación y a otras combinaciones irreproducibles y ya ignoradas. Permanece petrificada, sentada en la cama y de espaldas.

—Julia, ¿qué querés decir con Julio? —insisto.

Reacciona. Se levanta de un salto y durante un instante luchamos por la sabana.

—¿Quién sos, hijo de puta? —dice y siento como si fuera a desmayarme. Porque la transformación de su rostro es tal que ya no me cabe duda: ¡esa no es Julia!

—Pensé que eras Julia —tartamudeo—. Mi nombre es Alberto.

—Y yo soy Inés. ¿Quién sos? ¿De dónde saliste? ¡Me violaste, hijo de puta!

—¿Cómo? —exclamo.

Y arroja el cigarro por la mitad, con tanta dramática puntería que me pega en el ojo izquierdo. Retrocedo aturdido por el dolor y el aroma a pestaña quemada. Manoteo el pantalón, un zapato, el otro, la camisa. Ella continúa arrojándome cosas e insultos. Intento argumentar algo ridículo mientras me pongo los pantalones. Toma el teléfono y dice que va a llamar a la policía, insiste en el delirio de la violación. Camina apresurada y abre el primer cajón del ropero junto a la cama. Sacude la mano en gesto amenazante.

¡Dios mío, ésta loca está armada!

Corro por el pasillo. Aprieto nervioso el botón del ascensor y me pongo uno de los zapatos. Escucho los gritos desde la puerta entornada de la habitación a diez metros. Me siento en medio de una película de terror. El elevador se abre justo cuando ella, en ropa interior y con gesto de poseída, sale al corredor. Me termino de vestir mientras desciendo y abandono el edificio como si me persiguiera la muerte. Se oyen golpes, portazos, o tiros, ¿cómo notar la diferencia? Me pierdo entre la gente, me mezclo, intentando parecer alguien normal, disimulando lo mejor posible que en realidad me persigue una demente armada. ¿No nos ocurre esto a todos alguna vez en la vida? ¿Cuántos igual que yo disimulan cosas por el estilo, caminando mezclados con otras gentes y fingiendo?

¿Cómo pude ser tan estúpido? Confundir su pelo del color del otoño con ese otro, su sonrisa, su mirada profunda y reflexiva, su olor, su sabor, todo. Haber pensado que ese camina, ese que veo ahora mismo, esa cintura, el vaivén de su cadencia, esos pasos que en este preciso momento veo adelante en la acera repleta de paseantes y turistas, esas piernas, el paso firme y decidido, el caminar, que sin dudas reconozco.

¿Será posible una casualidad similar?

¿Puede ser que esa que va allí adelante sea Julia otra vez?

 

 

Álvaro Morales

 

 

 

 

 

 

 

HANS - Relato del autor RUSVELT NIVIA CASTELLANOS



Ahora al día; genio literario, tú estás en el salón de artes. Allí te hallas sentado en un

pupitre blanco. Por inspiración, comienzas a escribir unos versos sobre las hojas del

cuaderno, vas trazando las palabras bonitas. De a poco, te adentras en la imaginación. Entre

los instantes, poetisas a un espíritu fiel, lo recreas brillante porque percibes su bondad. A

evanescencia, lo realzas entre un jardín con duendes morados y precisas su estampa clásica,

porque este ser es Hans.

De más en lo personal, te asemejas a este gran literato. En vida, te irradias como aquel

mismo hombre de las fábulas. Lo sabes delgado, parejo a tu cuerpo presente. Su piel, ves

mielosa así como la tuya, tus cabellos son ondulados, tal como los suyos. Bien y claro, su

rostro, se configura elegante con el tuyo y ambos son de rasgos finos y suscitan al noble

humor, propio del arte.

Debido a este géminis, te alegras y deslumbras tu esencia en sus iris mágicos, mientras

a lo genial, presientes su espíritu luminoso, fundido al tuyo. Tu ser vuela entonces desde

adentro hacia las afueras fascinantes. Te descubres en el mundo de la poesía así como Hans

descubre a su poesía en ti y por esta sorpresa tan bella, sobrecoges con euforia al artista y a

lo maravilloso, sublimas su aura en el lienzo, tal cual como la tuya, Hans.


RUSVELT NIVIA CASTELLANOS

ARTISTA DE COLOMBIA




Las Duras - por Gabriel González J. - Relato

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LAS DURAS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Gabriel González J.

Junio, 2008.

 

 

 

Para Laura y Raquel.

I

 

Recorro la Avenida Benjamin Franklin rumbo a Avenida Revolución en Tacubaya, en medio de una enorme cantidad de pensamientos y emociones encontradas, me dirijo al Hospital Mosel en donde esta internada mi hermana Kato después de una operación fallida para extraerle unos quistes ováricos, que lamentablemente se convirtió en una peritonitis aguda porque al cerrar la operación le perforaron el intestino y después de tres días de demostrar una absoluta incompetencia los médicos que la operaron se dieron cuenta de su error, el cual para corregirse requirió de una nueva operación de más de 10 horas con la finalidad de salvarle la vida; Kato, mi hermana, ha tenido durante estos cuatro días una asombrosa resistencia y valor para enfrentar la crisis, después de detectar a las 72 horas la infección del peritoneo de Kato, ninguno de los médicos le dio una esperanza de vida más allá de 24 horas, ni siquiera Mauricio, primo mío, médico gastroenterólogo que acudió en nuestro auxilio. Sin embargo Kato se mantiene con vida y nos disponemos a trasladarla al Instituto Nacional de Nutrición en donde le espera una nueva y compleja operación para tratar de mantenerla viva. Difícilmente podrá resistir el traslado en ambulancia de Tacubaya al Hospital de Nutrición en Tlalpan, ése es el pronóstico.

 

Son las 6 de la mañana con 50 minutos y en la radio escucho a Carmen Aristegui comentar con absoluta frialdad que no le han renovado el contrato anual que la ligaba a una cadena de noticieros de la que ella es la comentarista más escuchada, la más honesta, la más comprometida, la más transparente e inteligente, razones de sobra para espantar a la servidumbre que adula a través de los medios al presidente en turno y motivo real por el cual la han reventado de la radio, dice que a partir de este día de enero del 2008 dejará de salir al aire. Carmen se muestra tranquila, agradece respetuosamente las muestras de respeto y afecto de sus colaboradores y del público y continúa tan seria y profesional como siempre en su última edición de radio. No me sorprende su actitud, es una mujer que se ha forjado en el periodismo duro y complejo de México, en el que el servilismo es la receta para sobrevivir, sin embargo, ella lo ha hecho exactamente desde la orilla opuesta, con una conducta crítica, plural y abierta, su carácter se ha endurecido y eso la ha hecho mejor periodista, mejor ser humano. No veo su rostro, solo escucho sus palabras y su conducta me conmueve, al igual que mi hermana Kato es una mujer limpia, que lucha porque este México salga de las penumbras en que sus gobernantes lo han hundido.

 

Al llegar a la esquina de Benjamin Franklin y Benjamin Hill veo a muchos adolescentes que se dirigen a la antigua Prevocacional No. 2 del Politécnico, la cual fue cerrada en 1968 por su participación en el movimiento estudiantil y reabierta después como una secundaria técnica; instintivamente dirijo el auto hacia la esquina en la que se encuentra el edificio de la Prevo 2, como le llamábamos los que estudiamos ahí. También y ya que me encuentro mentalmente en el mundo de las duras, recuerdo uno de los actos de solidaridad más hermosos que he vivido, el silencio de Laura Blancarte a costa de la furia de los directivos de la escuela y de su propio padre, antes que delatar a un compañero.

 

Sin duda Laura Blancarte, Kato mi hermana, Carmen Aristegui y Ana Gabriela Guevara quien es entrevistada por Carmen y describe con diligencia los actos vergonzosos de los dirigentes del deporte en México que la han orillado a retirarse del atletismo, forman parte de la elite de lo que en el lenguaje popular se denomina los duros, aquellos seres humanos íntegros, dignos, comprometidos, que nunca se rinden, que nunca dudan sobre su papel, que luchan cotidianamente por sus convicciones, a quienes describe con exactitud Bertolt Brecht en sus poemas; solo que ellas son mujeres y forman parte de la elite de las duras, las verdaderas duras.

 

II

 

Hace 43 años en 1965 ingresé a la citada Prevo 2 del Politécnico, siguiendo el ejemplo y las enseñanzas de mi hermano Sergio, la hora de entrada era a las 7 de la mañana y salíamos a las 3 de la tarde, muchas clases técnicas y diversos talleres de electricidad, ajuste y carpintería formaban parte del plan de estudios, encaminado a formar técnicos y ayudantes de la industria. No había límite de edad, no llevábamos uniforme, era una escuela complicada en donde una ó dos niñas formaban parte de los 15 grupos de 1º, 2º y tercer año de esa vieja escuela de nivel secundaria del Instituto Politécnico Nacional. Era una fauna de gente de todas las edades, muy pocos de 12 años ingresaban a primero y la edad promedio oscilaba entre los 15 y 18 años.

 

Sus estudiantes provenían, casi en su totalidad, de los barrios bravos de Tacubaya, San Pedro de los Pinos, la Escandón y la zona de Santa Fe, pura gente gruesa, buenos para el tiro callejero, cabrones bien hechos en pocas palabras. Me tocó entrar al 1º III, lleno de especímenes como el Cuyo, bajito y bromista; el Huevo, abusivo y burro; el Albañil, hijo de un verdadero albañil; Caballero, güero de ojos azules, especialista en el descontón artero; Oishi, japonés tímido y buena onda; Valdimir, chiquilín, futbolista y buen amigo, sin embargo el que más destacaba era el Macuarro, ojete y mala madre como pocos, espectacular para los madrazos, ya de unos 18 años, a quien incluso los de 3º le tenían respeto y algunos miedo.

 

El Macuarro era lo que se denomina la peor pesadilla, todo mundo le rehuía, con facilidad te soltaba un chingadazo a la menor provocación, solo para divertirse y para que lo festejaran las rémoras que lo seguían a todas partes. En realidad, no tenía amigos, esclavos sí. De este 1º III también formaba parte Laura Blancarte, delgada, chavita de 12 años, de lentes y pelo negro, vestidos por debajo de la rodilla (en plena época de las minifaldas), súper tímida y callada e hija del Maestro de Taller de Carpintería, razón por la cual nadie se metía con ella. En el grupo había solo dos chavas más, quienes desde luego eran perseguidas por mucha gente a falta de mayor quórum femenino.

 

La vida en la Prevo 2 era difícil, muchos desertaban por el pánico que creaba la gente mayor, era común que los más débiles fueran avasallados por los más gandallas, quienes les bajaban la lana, las tortas, los libros o simplemente los madreaban por puro placer. Sobrevivir era complejo y a los más chicos y desprotegidos les costaba mucha sangre, sudor y lágrimas. Además, la carga académica con tres talleres y un buen número de maestros densos y complejos era bastante fuerte, los que no huían, tronaban y paulatinamente descendía la población estudiantil del 1º año al 3º.

 

Quienes pasaban a 2º habían sufrido un buen número de amarguras y golpes que los habían curtido y preparado para continuar. El ambiente era de constantes broncas, si no sabias pelear, ahí aprendías, ya sea por las madrizas que te acomodaban los grandes o porque era frecuente que a la menor provocación se organizaran peleas para diversión de todos, era como un deporte, una especie de catarsis. Así, el salón de clases era como un circo en el que había de todo y en el que había que andarse con cuidado, las expresiones más procaces enfrente de las chavas eran comunes, no había ningún sentido del respeto, prácticamente no contaban y en todo caso los más gruesos consideraban que mientras más cabrones se mostraran más respeto obtendrían y en todo caso mejor vistos serían por las chavas. Laura Blancarte, como las otras dos compañeras, vivía en eterno silencio y de asombro en asombro por las bestialidades que se encargaban de ejercitar cotidianamente sus compañeros.

 

En 2º Año el Macuarro mantenía la hegemonía a base de su habilidad en el boxeo callejero y en una conducta de lo más ojete con nosotros, sus supuestos compañeros. Había madreado a prácticamente todo el grupo, incluido yo y en algunas ocasiones había sido verdaderamente salvaje al golpear a sus pobres contendientes. Muchos alumnos de otros grupos también habían sufrido por la afición del Macuarro por los madrazos y se había convertido prácticamente en el terror de la Prevo 2, para muchos desorientados era el prototipo del hombre que quisieran ser: bueno para los madrazos, mal hablado, artero, un macho bien hecho, el súper duro.

 

Yo sobrevivía a costa de algunos golpes, aunque había aprendido poco a poco y cada vez era más difícil que alguien me surtiera una madriza como las de 1º año, había aprendido a llevarla prácticamente en defensa propia, además a los 13 años empieza uno a embarnecer. Por su parte Laura Blancarte se mantenía como siempre discreta, un poco más tranquila y seria como siempre. Siempre se sentaba delante de mí, una costumbre desde 1º año, quizá porque mi lenguaje era de los menos obscenos y porque no era un mal estudiante.

 

En medio de 2º año recuerdo un hecho que me hizo apreciar en Laura algo más que una compañera tímida y atemorizada: la Maestra de Inglés, hastiada por el comportamiento salvaje del grupo, ideó una forma de controlarnos… si se tranquilizan les prometo que les traduzco una canción de los Beatles y todos la practicamos en el auditorio. Ah, brebaje mágico, todos nos controlamos, incluso el Macuarro y así llegó el extraordinario día, uno de los más padres de mi vida, en que todos fuimos al auditorio de la Prevo 2, recibimos de la Maestra las hojas con la letra en inglés de “Quiero estrechar tú mano” de los Beatles y su traducción al español, recuerdo el tocadiscos monoaural, las instrucciones para seguir la letra y a todo el grupo cantando, al principio tímidamente unos pocos, en medio más y al final toda la clase frenéticamente y a grito pelado cantando “I want to hold your hand”. Una experiencia fantástica, un viaje mágico al fondo de nuestros corazones, libres de la violencia cotidiana de la escuela.

 

Al salir del auditorio, emocionados aun y rumbo al salón de clases Laura caminaba a mi lado y me preguntó, ¿te gustó?, sí fue padrísimo ¿y a ti? También, pero la letra se me hizo muy cursi. Me dejó helado, una chavita tímida y callada acusando a los Beatles de fresas, desde entonces tuve una mirada diferente para Laura Blancarte, sus palabras me obligaron a traducir todas las canciones que me gustaban de los Beatles y de los Rolling Stones, era una forma más completa de entender el rock.

 

III

 

En medio de algunas escaramuzas y golpes, con un buen número de deserciones por temor y bajo rendimiento terminó el 2º año y nos tocó pasar de ser los perros de 1º año y los gatos de 2º, a los ratones de 3º de la Prevo 2. Por razones que escapan a mi entendimiento el Macuarro se mantenía en la escuela, al regresar a clases lo encontré como siempre, altanero, pretencioso y rodeado de su corte de súbditos halagándolo a su lado. El primer día de clases, siguiendo una tradición no escrita, el Macuarro le puso una autentica madriza al más grande de los alumnos de 1º año, así demostraba quien era el verdadero duro y dueño de la Prevo 2, así desde el primer día de clases les quedaría claro a los perros de 1º y los sobrevivientes de 2º a quien tendrían que rendirle pleitesía, al Macuarro, duro entre los duros, el machín de la escuela, quien no se doblaba ante nada.

 

Fue un año difícil, había que cuidar no reprobar materias, había que cuidarse para no entrar en bronca con nadie del grupo, había que cuidarse para no ser expulsados, había que cuidarse para no entrarle a las drogas y al alcohol, práctica que comenzaba a hacerse habitual en México. Había que superar el estudiar en un colegio en el que el 99% de la población eran hombres y solo soñar con alguna chavita del barrio o del Colegio Alemán que estaba al lado de la escuela, esto último como un sueño guajiro. Ya no éramos los imberbes niños de 1º año y el Macuarro guardaba distancia de los que habíamos sobrevivido a base de aprender a romperse la madre bien y bonito, a meter bien las manos, los codos, los pies y la cabeza en las broncas.

 

Habíamos alcanzado también el tercer piso de la escuela, en donde se ubicaban los cinco grupos de 3º año y de esta forma el privilegio de poder asomarnos al balcón, evento que ni los de 1º y 2º podían hacer porque se exponían a “los clavados”, practica que consistía en buscar un sitio estratégico en el barandal del 3º piso, encontrar a algún despistado del 1º ó 2º piso, sacar un gargajo del fondo de la garganta, apuntar y dejarlo caer en la cabeza del despistado. Todos los 5 grupos de 3º año seguían esta costumbre que heredaban los que alcanzaban ese nivel y la aplicaban como algo sagrado en los 10 minutos de descanso entre clase y clase. Cuando alguien fallaba en el tiro era sometido a burlas y pambas, pero cuando alguien atinaba, era festejado con gritos y aplausos. El Cuyo, que nos acompañaba a Laura, al Macuarro y a mi desde 1º año se había vuelto un especialista, un experto tirador que no fallaba nunca.

 

Al entrar en el último trimestre del año, los resabios guardados entre los de 3º año por los golpes recibidos en los años anteriores se convirtieron en grandes peleas, casi todas ellas anunciadas con bombo y platillo; los flacuchos y débiles de 1º año, ahora más fuertes, buscaban venganza y la única forma era a través de lo que se llamaba “un tiro derecho”, solitos, sin que nadie se metiera y hasta que uno dijera “ahí muere” o hasta que saliera sangre ó cuando la pelea era tan desigual que todos decidían pararla. El más buscado en esas peleas de venganza o revancha era el Macuarro, había madreado a mucha gente, tanta que no pasaba una semana en la que el Macuarro no fuese retado. Tuvo broncas con gentes de diverso tipo y tamaño, todas ellas ganadas; sin embargo, conforme pasaba el tiempo y acumulaba peleas se le notaba el cansancio, cierta preocupación por el número de enemigos y, por otra parte, el engrandecimiento del ego, se creía Dios, un superdotado, sus huestes, las cuales crecían porque eran también buscados por otros a quien igual habían lastimado antes, sabían que estar junto al Macuarro los salvaba de una madriza colectiva. Para ellos el Macuarro era el duro, el ejemplo de quien no se dobla.

 

 

 

 

IV

 

Por mi parte, había dejado para el final la hora de reencontrarme con el Macuarro, me debía dos, ambas en 1º año, una digamos que porque me tocaba en la rotación de la gente que se había propuesto madrear y otra porque defendí a Mauricio Schwartz, a quien el Macuarro había humillado públicamente. En el último mes de 3º año nos tocó “bailar el oso” al Macuarro y a mi, fue una pelea larga, meditada, astuta, con muchas patadas a las piernas y en las partes blandas, nadie se sacaba del tiro, nadie se hacía atrás, los espectadores, prácticamente toda la escuela, solo me decían …dale Barón, dale, súrtelo, pártele la madre, chingalo Barón, que te la pague…, así eran los odios que el Macuarro había generado en su estancia en la Prevo 2. Al final no hubo nada para nadie, por primera vez el Macuarro no ganaba una pelea, tampoco la perdió; yo, solo en el salón de baño al final de clases, escupía sangre producto de los golpes y las patadas que el Macuarro me había acomodado en los testículos, pero no lloré ese día, terminé y me lavé la cara, me fui a casa con una extraña sensación de vacío, no me hacía feliz la pelea, finalmente la venganza era un acto más de barbarie.

 

Otra pelea memorable fue la del Cuyo con el inefable Macuarro, igual de larga que la mía, al final el Cuyo se salió del tiro, acabó la pelea y lloró en mis brazos, enfrente de toda la escuela. El Macuarro había terminado invicto, era el ídolo de los cobardes, quienes lo adularon. Otra pelea habría de perder el Macuarro para que se convirtiera en el ídolo de barro, en el tigre de papel.

V

 

En la semana previa al inicio de los exámenes finales se generó una tremenda bronca en el salón de clases, los súbditos del Macuarro embravecidos por las últimas broncas de éste provocaron al Cuyo y este desató una pelea general, en la que el material de carpintería se convirtió en arma. Se cerró el salón para que nadie saliera, fue una pelea violentísima, en medio de la cual el Macuarro abandonó el salón porque era evidente que tarde o temprano le tocaría a él.

 

Nadie daba ni pedía cuartel, hasta que se oyeron los gritos de los Conserjes y las amenazas para que abriéramos la puerta o nos expusiéramos a la expulsión. Todos nos calmamos, habíamos recorrido mucho camino para llegar a 3º y nos esperaba la oportunidad de entrar a Vocacional en el Politécnico, así que abrimos la puerta y nos llevaron al patio de la Escuela, en fila nos interrogaron sobre quién inició la bronca, desde el tercer piso nos observaba el Macuarro, Laura Blancarte y quienes no habían estado en medio de la pelea; nadie se atrevió a señalar al Macuarro como el verdadero provocador de la violencia desde 1º año, tampoco nadie se dobló, ni siquiera los súbditos del Macuarro, no era una practica común doblarse en la Prevo 2, no se recordaba que alguien lo hubiera hecho. La amenaza fue…ó sale el que empezó ó los expulso a todos, dijo el director, nadie se dobló y provocó la furia del director, hasta que el Cuyo dio un paso al frente, yo fui, dijo; Felipe el Conserje le azotó la cara con una vara de membrillo y el Cuyo resistió, unas grandes lágrimas rodaron por sus mejillas. Todos adentro del salón gritó el director y hacía él nos dirigimos.

 

Un largo y justificado rollo del director, habló mucho tiempo, señaló que era una pena echar todo a perder, poco a poco se fue calmando y en un alarde de generosidad nos dejó ir a todos con la amenaza de que teníamos que parar con la violencia, estábamos a unos días de concluir la Prevocacional y sería un acto estúpido perder todo, la escuela y el director no tolerarían más violencia. En silencio y por dentro agradecidos abandonamos la escuela, serios, callados, con moretones, pero con una nueva oportunidad.

 

Vendría, finalmente, el hecho que me hizo recordar a Laura Blancarte. El último día de clases, en medio de una calma engañosa, en la cual todos callados tomábamos las últimas lecciones, llegó un receso de 10 minutos entre clase y clase, como siempre los tiradores de clavados buscaban víctimas entre los de 1º y 2º, el Cuyo que se había comportado muy serio después de la descomunal bronca buscaba víctima por arriba del primer piso, lugar en el que se encontraba la Prefectura y en donde los Maestros descansaban entre clases y se recargaban sin ninguna preocupación en el barandal. Era claro que su estatus de Maestros impedía que alguien osara echarles “un clavado”. Yo platicaba tranquilamente con Laura, que se había convertido en una mujer delgada, espigada, igual de tímida, pero un poco más risueña e interesante, el tema de conversación era sobre cuál Vocacional escogeríamos, desde donde estábamos se veía al Cuyo buscar a su presa. De repente vimos como los compañeros que estaban cerca de él se retiraron dejándolo solo después de unas palabras que éste expresó; abajo del Cuyo estaba nada menos que el Maestro Blancarte, el padre de Laura y a quien el Cuyo había escogido como su blanco.

 

Miré a Laura, ella permaneció serena, era evidente que el Cuyo ya había decidido hacerlo y que nada lo impediría, toda la escuela veía atenta lo que Rafael el Cuyo estaba a punto de hacer, nadie entendía las razones, salvo Laura, que me comentó …a eso lo orillaron… y se retiró al salón. El Cuyo apuntó, en la escuela reinó un extraño silencio y tiró el “clavado”, el cual con precisión milimétrica explotó en la calva del Maestro Blancarte, casi al mismo tiempo que se cerraba la puerta de todos los salones de 3º año. Todos estábamos dentro del salón, callados, expectantes, preguntándonos ¿qué iba a pasar? Laura quien había seguido su costumbre de sentarse delante de mi, lloraba en silencio. Los segundos se hicieron gigantes, algunos volteaban a ver al Cuyo que tenía el rostro inexpresivo, de incredulidad por lo que había hecho. Finalmente se abrió la puerta, entraron el director, el Maestro Blancarte, dos o tres Maestros más y los prefectos, su cara era de sorpresa, de indignación. Todos nos preguntábamos como era posible que esto hubiese sucedido. …Voy a ser muy rápido y claro, tienen un minuto para decir quién fue, de lo contrario les juro que todos serán expulsados…, dijo el director, pero solo encontró el silencio, nadie abrió la boca, nadie se movió, las miradas se dirigían a Laura Blancarte, seguras de que se doblaría, era mujer al fin y al cabo, era su padre, había sido un acto vergonzoso, ella diría quien había sido.

 

Pero no, nos equivocamos, Laura dejó de llorar, sumida en una enorme tristeza, se mantuvo en silencio. Laura, dijo el director… ¿quién fue?, pero Laura se mantuvo callada. Hermética ante el asombro de todos, ante el asombro y dolor de su propio padre. Laura, acompáñanos, le pidió el director y salieron todos.

 

Como recuerdo el silencio de ese salón, agobiado por la expectación y la angustia de todos, ni una palabra, un silencio absoluto llenaba el ambiente, hasta que regresaron los Maestros, el Director y Laura, la expectación era enorme, hubiese bastado tan solo un murmullo para romper el silencio y la espera, pero nada, Laura tenía la mirada llena de lágrimas y los ojos enrojecidos, se sentó con paso firme y se escuchó la voz del Director ….Laura no nos ha dicho quién fue, espero que algún día en el rincón de los hechos más valiosos de su vida recuerden este hermoso acto de lealtad. El director volteó a ver al Macuarro y le dijo…acompáñanos.

El ambiente en el Salón cambió, sin que nadie se moviera de su sitio, sin que nadie dijera una sola palabra, pero con todas las miradas dirigidas a Laura, todas, algunas que nunca en tres años se habían dignado siquiera regalarle unos segundos, ahora la enfocaban en medio del más inimaginable de los pensamientos… ¿Qué había pasado? ¿Qué había hecho Laura? ¿Cómo era posible que una mujer no se doblara? ¿Quién era esta mujer callada, siempre seria, discreta, que cumplía con una regla no escrita de lealtad en una de las escuelas secundarias más violentas de México? ¿Cómo era posible que una mujer no se deshiciera en llanto y señalará indignada al culpable de agredir a su propio padre? Todos seguimos callados sintiendo como nuestra percepción del mundo cambiaba en solo segundos, como los falsos valores sobre el valor y la lealtad que conocíamos se desvanecían en las manos. Una mujer nos había puesto el ejemplo, en una zona prácticamente vedada para ellas, en el ambiente más violento, en medio de las emociones más complejas que un adolescente puede vivir. Sin embargo, esa no era la última sorpresa del día.

 

VI

 

En medio de nuestras reflexiones nos olvidamos del interrogatorio al que sometían al Macuarro, pero no había preocupación, el Macuarro era el ejemplo de duro, no había dudas, si alguien no se doblaría sería el Macuarro, quien había demostrado su valor y hombría durante tres largos años. No, desde luego que no, nadie rajaría y menos el Macuarro, así que la Escuela tendría que tomar la decisión de expulsarnos a todos o de perdonarnos como ya lo había hecho el director apenas unos días antes. ¿El Macuarro?, no, no, claro que no.

 

Después de unos largos minutos la puerta se abrió y entró Felipe el Prefecto, caminó directamente al Cuyo, lo tomó de los cabellos y le dijo…de esta no te salvas cabrón.

 

Esa era la última parte de la lección del día, del año, de los tres años cursados en la Prevo 2, de toda una vida: el valor no está en la violencia o los actos de agresión cobardes, no es facultad de los hombres, no es su exclusiva. La lealtad es un bien común y la practica la gente de bien en todo el mundo. El valor y la dignidad son universales y se encuentran en el corazón y en la mente de los seres humanos de buena voluntad. El alma más inocente y pura es tan dura como el acero y ésta, de verdad, no se dobla nunca.

 

VII

 

Del Macuarro no vale la pena ningún comentario adicional, resultó como los políticos que han engañado y vivido del pueblo de México, igual de artero y mentiroso que todos los que se dicen periodistas y que viven de venderse servilmente a las autoridades en turno, igual de gandalla que todos los dirigentes y empresarios que viven de medrar del erario público y de componendas, resultó igual de cobarde que el policía que abusa del poder de una placa y que sirve a los narcos en lugar de a las personas que le depositan su confianza e igual de desleal que muchos de los políticos y dirigentes de México que prometieron dedicar su vida en aras de un mejor país y una vez en la silla lo han traicionado entregándolo a los intereses del gran capital. Esos no son los duros, son los cobardes, los entreguistas, los desleales, los traidores a sus principios.

 

Respecto a Laura Blancarte, tenía razón el Director de la Escuela, ella se convirtió en un referente constante en mi escala de valores, me enseñó que la dignidad y la lealtad no tienen precio, aun en las más complejas y difíciles circunstancias; Laura fue, finalmente, la verdadera dura de la Prevo 2, el ejemplo a seguir; tan dura como mi hermana Raquel, Kato, quien luchó con todas sus fuerzas para lograr sobrevivir a muchas y complicadas operaciones, terapia intensiva y largos tratamientos durante mas de un año y todo porque éste es un buen lugar para vivir y para hacerlo dignamente; tan dura como mi madre, que amorosa, callada, porfiadamente, constante y atenta, cuidó de Kato por más de 400 días, sistemáticamente, acariciándola y hablándole al oído, hasta que se recuperó al 100%; tan dura como Carmen Aristegui, que cumple su papel de periodista con dignidad, con inteligencia, ante la adversidad y sin doblarse; tan dura como Ana Gabriela Guevara, que renunció a la gloria de asistir a una tercera olimpiada, antes de seguir aceptando el trato indigno y grosero de las supuestas autoridades deportivas; todas ellas tan duras como tantas mujeres de este México, quienes dentro de la delicada piel, guardan un enorme corazón y tienen el alma de acero.

 

Gabriel González J.

Junio, 2008.