LAS DURAS
Gabriel González J.
Junio, 2008.
Para Laura y Raquel.
I
Recorro
la Avenida Benjamin
Franklin rumbo a Avenida Revolución en Tacubaya, en medio de una enorme
cantidad de pensamientos y emociones encontradas, me dirijo al Hospital Mosel
en donde esta internada mi hermana Kato después de una operación fallida para
extraerle unos quistes ováricos, que lamentablemente se convirtió en una
peritonitis aguda porque al cerrar la operación le perforaron el intestino y
después de tres días de demostrar una absoluta incompetencia los médicos que la
operaron se dieron cuenta de su error, el cual para corregirse requirió de una
nueva operación de más de 10 horas con la finalidad de salvarle la vida; Kato,
mi hermana, ha tenido durante estos cuatro días una asombrosa resistencia y
valor para enfrentar la crisis, después de detectar a las 72 horas la infección
del peritoneo de Kato, ninguno de los médicos le dio una esperanza de vida más
allá de 24 horas, ni siquiera Mauricio, primo mío, médico gastroenterólogo que
acudió en nuestro auxilio. Sin embargo Kato se mantiene con vida y nos
disponemos a trasladarla al Instituto Nacional de Nutrición en donde le espera
una nueva y compleja operación para tratar de mantenerla viva. Difícilmente podrá
resistir el traslado en ambulancia de Tacubaya al Hospital de Nutrición en
Tlalpan, ése es el pronóstico.
Son
las 6 de la mañana con 50 minutos y en la radio escucho a Carmen Aristegui
comentar con absoluta frialdad que no le han renovado el contrato anual que la
ligaba a una cadena de noticieros de la que ella es la comentarista más
escuchada, la más honesta, la más comprometida, la más transparente e
inteligente, razones de sobra para espantar a la servidumbre que adula a través
de los medios al presidente en turno y motivo real por el cual la han reventado
de la radio, dice que a partir de este día de enero del 2008 dejará de salir al
aire. Carmen se muestra tranquila, agradece respetuosamente las muestras de
respeto y afecto de sus colaboradores y del público y continúa tan seria y
profesional como siempre en su última edición de radio. No me sorprende su
actitud, es una mujer que se ha forjado en el periodismo duro y complejo de
México, en el que el servilismo es la receta para sobrevivir, sin embargo, ella
lo ha hecho exactamente desde la orilla opuesta, con una conducta crítica,
plural y abierta, su carácter se ha endurecido y eso la ha hecho mejor
periodista, mejor ser humano. No veo su rostro, solo escucho sus palabras y su
conducta me conmueve, al igual que mi hermana Kato es una mujer limpia, que
lucha porque este México salga de las penumbras en que sus gobernantes lo han
hundido.
Al
llegar a la esquina de Benjamin Franklin y Benjamin Hill veo a muchos
adolescentes que se dirigen a la antigua Prevocacional No. 2 del Politécnico,
la cual fue cerrada en 1968 por su participación en el movimiento estudiantil y
reabierta después como una secundaria técnica; instintivamente dirijo el auto
hacia la esquina en la que se encuentra el edificio de la Prevo 2, como le llamábamos
los que estudiamos ahí. También y ya que me encuentro mentalmente en el mundo
de las duras, recuerdo uno de los actos de solidaridad más hermosos que he
vivido, el silencio de Laura Blancarte a costa de la furia de los directivos de
la escuela y de su propio padre, antes que delatar a un compañero.
Sin
duda Laura Blancarte, Kato mi hermana, Carmen Aristegui y Ana Gabriela Guevara
quien es entrevistada por Carmen y describe con diligencia los actos
vergonzosos de los dirigentes del deporte en México que la han orillado a
retirarse del atletismo, forman parte de la elite de lo que en el lenguaje
popular se denomina los duros, aquellos seres humanos íntegros, dignos,
comprometidos, que nunca se rinden, que nunca dudan sobre su papel, que luchan
cotidianamente por sus convicciones, a quienes describe con exactitud Bertolt
Brecht en sus poemas; solo que ellas son mujeres y forman parte de la elite de
las duras, las verdaderas duras.
II
Hace
43 años en 1965 ingresé a la citada Prevo 2 del Politécnico, siguiendo el
ejemplo y las enseñanzas de mi hermano Sergio, la hora de entrada era a las 7
de la mañana y salíamos a las 3 de la tarde, muchas clases técnicas y diversos
talleres de electricidad, ajuste y carpintería formaban parte del plan de estudios,
encaminado a formar técnicos y ayudantes de la industria. No había límite de
edad, no llevábamos uniforme, era una escuela complicada en donde una ó dos
niñas formaban parte de los 15 grupos de 1º, 2º y tercer año de esa vieja escuela
de nivel secundaria del Instituto Politécnico Nacional. Era una fauna de gente
de todas las edades, muy pocos de 12 años ingresaban a primero y la edad
promedio oscilaba entre los 15 y 18 años.
Sus
estudiantes provenían, casi en su totalidad, de los barrios bravos de Tacubaya,
San Pedro de los Pinos, la
Escandón y la zona de Santa Fe, pura gente gruesa, buenos
para el tiro callejero, cabrones bien hechos en pocas palabras. Me tocó entrar
al 1º III, lleno de especímenes como el Cuyo, bajito y bromista; el Huevo, abusivo
y burro; el Albañil, hijo de un verdadero albañil; Caballero, güero de ojos
azules, especialista en el descontón artero; Oishi, japonés tímido y buena onda;
Valdimir, chiquilín, futbolista y buen amigo, sin embargo el que más destacaba
era el Macuarro, ojete y mala madre como pocos, espectacular para los madrazos,
ya de unos 18 años, a quien incluso los de 3º le tenían respeto y algunos
miedo.
El
Macuarro era lo que se denomina la peor pesadilla, todo mundo le rehuía, con
facilidad te soltaba un chingadazo a la menor provocación, solo para divertirse
y para que lo festejaran las rémoras que lo seguían a todas partes. En realidad,
no tenía amigos, esclavos sí. De este 1º III también formaba parte Laura
Blancarte, delgada, chavita de 12 años, de lentes y pelo negro, vestidos por
debajo de la rodilla (en plena época de las minifaldas), súper tímida y callada
e hija del Maestro de Taller de Carpintería, razón por la cual nadie se metía
con ella. En el grupo había solo dos chavas más, quienes desde luego eran
perseguidas por mucha gente a falta de mayor quórum femenino.
La
vida en la Prevo
2 era difícil, muchos desertaban por el pánico que creaba la gente mayor, era común
que los más débiles fueran avasallados por los más gandallas, quienes les
bajaban la lana, las tortas, los libros o simplemente los madreaban por puro
placer. Sobrevivir era complejo y a los más chicos y desprotegidos les costaba
mucha sangre, sudor y lágrimas. Además, la carga académica con tres talleres y
un buen número de maestros densos y complejos era bastante fuerte, los que no
huían, tronaban y paulatinamente descendía la población estudiantil del 1º año
al 3º.
Quienes
pasaban a 2º habían sufrido un buen número de amarguras y golpes que los habían
curtido y preparado para continuar. El ambiente era de constantes broncas, si
no sabias pelear, ahí aprendías, ya sea por las madrizas que te acomodaban los
grandes o porque era frecuente que a la menor provocación se organizaran peleas
para diversión de todos, era como un deporte, una especie de catarsis. Así, el
salón de clases era como un circo en el que había de todo y en el que había que
andarse con cuidado, las expresiones más procaces enfrente de las chavas eran
comunes, no había ningún sentido del respeto, prácticamente no contaban y en
todo caso los más gruesos consideraban que mientras más cabrones se mostraran
más respeto obtendrían y en todo caso mejor vistos serían por las chavas. Laura
Blancarte, como las otras dos compañeras, vivía en eterno silencio y de asombro
en asombro por las bestialidades que se encargaban de ejercitar cotidianamente
sus compañeros.
En
2º Año el Macuarro mantenía la hegemonía a base de su habilidad en el boxeo
callejero y en una conducta de lo más ojete con nosotros, sus supuestos compañeros.
Había madreado a prácticamente todo el grupo, incluido yo y en algunas ocasiones
había sido verdaderamente salvaje al golpear a sus pobres contendientes. Muchos
alumnos de otros grupos también habían sufrido por la afición del Macuarro por
los madrazos y se había convertido prácticamente en el terror de la Prevo 2, para muchos desorientados
era el prototipo del hombre que quisieran ser: bueno para los madrazos, mal
hablado, artero, un macho bien hecho, el súper duro.
Yo
sobrevivía a costa de algunos golpes, aunque había aprendido poco a poco y cada
vez era más difícil que alguien me surtiera una madriza como las de 1º año,
había aprendido a llevarla prácticamente en defensa propia, además a los 13
años empieza uno a embarnecer. Por su parte Laura Blancarte se mantenía como
siempre discreta, un poco más tranquila y seria como siempre. Siempre se
sentaba delante de mí, una costumbre desde 1º año, quizá porque mi lenguaje era
de los menos obscenos y porque no era un mal estudiante.
En
medio de 2º año recuerdo un hecho que me hizo apreciar en Laura algo más que
una compañera tímida y atemorizada: la Maestra de Inglés, hastiada por el comportamiento
salvaje del grupo, ideó una forma de controlarnos… si se tranquilizan les
prometo que les traduzco una canción de los Beatles y todos la practicamos en
el auditorio. Ah, brebaje mágico, todos nos controlamos, incluso el Macuarro y
así llegó el extraordinario día, uno de los más padres de mi vida, en que todos
fuimos al auditorio de la Prevo
2, recibimos de la Maestra
las hojas con la letra en inglés de “Quiero estrechar tú mano” de los Beatles y
su traducción al español, recuerdo el tocadiscos monoaural, las instrucciones
para seguir la letra y a todo el grupo cantando, al principio tímidamente unos
pocos, en medio más y al final toda la clase frenéticamente y a grito pelado
cantando “I want to hold your hand”. Una experiencia fantástica, un viaje mágico
al fondo de nuestros corazones, libres de la violencia cotidiana de la escuela.
Al
salir del auditorio, emocionados aun y rumbo al salón de clases Laura caminaba
a mi lado y me preguntó, ¿te gustó?, sí fue padrísimo ¿y a ti? También, pero la
letra se me hizo muy cursi. Me dejó helado, una chavita tímida y callada
acusando a los Beatles de fresas, desde entonces tuve una mirada diferente para
Laura Blancarte, sus palabras me obligaron a traducir todas las canciones que
me gustaban de los Beatles y de los Rolling Stones, era una forma más completa
de entender el rock.
III
En medio de algunas escaramuzas y golpes, con un buen número de
deserciones por temor y bajo rendimiento terminó el 2º año y nos tocó pasar de
ser los perros de 1º año y los gatos de 2º, a los ratones de 3º de la Prevo 2. Por razones que
escapan a mi entendimiento el Macuarro se mantenía en la escuela, al regresar a
clases lo encontré como siempre, altanero, pretencioso y rodeado de su corte de
súbditos halagándolo a su lado. El primer día de clases, siguiendo una
tradición no escrita, el Macuarro le puso una autentica madriza al más grande de
los alumnos de 1º año, así demostraba quien era el verdadero duro y dueño de la Prevo 2, así desde el primer
día de clases les quedaría claro a los perros de 1º y los sobrevivientes de 2º
a quien tendrían que rendirle pleitesía, al Macuarro, duro entre los duros, el
machín de la escuela, quien no se doblaba ante nada.
Fue
un año difícil, había que cuidar no reprobar materias, había que cuidarse para
no entrar en bronca con nadie del grupo, había que cuidarse para no ser
expulsados, había que cuidarse para no entrarle a las drogas y al alcohol,
práctica que comenzaba a hacerse habitual en México. Había que superar el
estudiar en un colegio en el que el 99% de la población eran hombres y solo
soñar con alguna chavita del barrio o del Colegio Alemán que estaba al lado de
la escuela, esto último como un sueño guajiro. Ya no éramos los imberbes niños
de 1º año y el Macuarro guardaba distancia de los que habíamos sobrevivido a
base de aprender a romperse la madre bien y bonito, a meter bien las manos, los
codos, los pies y la cabeza en las broncas.
Habíamos
alcanzado también el tercer piso de la escuela, en donde se ubicaban los cinco
grupos de 3º año y de esta forma el privilegio de poder asomarnos al balcón,
evento que ni los de 1º y 2º podían hacer porque se exponían a “los clavados”,
practica que consistía en buscar un sitio estratégico en el barandal del 3º
piso, encontrar a algún despistado del 1º ó 2º piso, sacar un gargajo del fondo
de la garganta, apuntar y dejarlo caer en la cabeza del despistado. Todos los 5
grupos de 3º año seguían esta costumbre que heredaban los que alcanzaban ese
nivel y la aplicaban como algo sagrado en los 10 minutos de descanso entre
clase y clase. Cuando alguien fallaba en el tiro era sometido a burlas y
pambas, pero cuando alguien atinaba, era festejado con gritos y aplausos. El
Cuyo, que nos acompañaba a Laura, al Macuarro y a mi desde 1º año se había
vuelto un especialista, un experto tirador que no fallaba nunca.
Al
entrar en el último trimestre del año, los resabios guardados entre los de 3º año
por los golpes recibidos en los años anteriores se convirtieron en grandes
peleas, casi todas ellas anunciadas con bombo y platillo; los flacuchos y
débiles de 1º año, ahora más fuertes, buscaban venganza y la única forma era a
través de lo que se llamaba “un tiro derecho”, solitos, sin que nadie se
metiera y hasta que uno dijera “ahí muere” o hasta que saliera sangre ó cuando
la pelea era tan desigual que todos decidían pararla. El más buscado en esas
peleas de venganza o revancha era el Macuarro, había madreado a mucha gente,
tanta que no pasaba una semana en la que el Macuarro no fuese retado. Tuvo
broncas con gentes de diverso tipo y tamaño, todas ellas ganadas; sin embargo, conforme
pasaba el tiempo y acumulaba peleas se le notaba el cansancio, cierta
preocupación por el número de enemigos y, por otra parte, el engrandecimiento
del ego, se creía Dios, un superdotado, sus huestes, las cuales crecían porque
eran también buscados por otros a quien igual habían lastimado antes, sabían
que estar junto al Macuarro los salvaba de una madriza colectiva. Para ellos el
Macuarro era el duro, el ejemplo de quien no se dobla.
IV
Por
mi parte, había dejado para el final la hora de reencontrarme con el Macuarro,
me debía dos, ambas en 1º año, una digamos que porque me tocaba en la rotación
de la gente que se había propuesto madrear y otra porque defendí a Mauricio
Schwartz, a quien el Macuarro había humillado públicamente. En el último mes de
3º año nos tocó “bailar el oso” al Macuarro y a mi, fue una pelea larga,
meditada, astuta, con muchas patadas a las piernas y en las partes blandas,
nadie se sacaba del tiro, nadie se hacía atrás, los espectadores, prácticamente
toda la escuela, solo me decían …dale Barón, dale, súrtelo, pártele la madre,
chingalo Barón, que te la pague…, así eran los odios que el Macuarro había
generado en su estancia en la
Prevo 2. Al final no hubo nada para nadie, por primera vez el
Macuarro no ganaba una pelea, tampoco la perdió; yo, solo en el salón de baño
al final de clases, escupía sangre producto de los golpes y las patadas que el
Macuarro me había acomodado en los testículos, pero no lloré ese día, terminé y
me lavé la cara, me fui a casa con una extraña sensación de vacío, no me hacía
feliz la pelea, finalmente la venganza era un acto más de barbarie.
Otra
pelea memorable fue la del Cuyo con el inefable Macuarro, igual de larga que la
mía, al final el Cuyo se salió del tiro, acabó la pelea y lloró en mis brazos,
enfrente de toda la escuela. El Macuarro había terminado invicto, era el ídolo
de los cobardes, quienes lo adularon. Otra pelea habría de perder el Macuarro
para que se convirtiera en el ídolo de barro, en el tigre de papel.
V
En
la semana previa al inicio de los exámenes finales se generó una tremenda
bronca en el salón de clases, los súbditos del Macuarro embravecidos por las
últimas broncas de éste provocaron al Cuyo y este desató una pelea general, en
la que el material de carpintería se convirtió en arma. Se cerró el salón para
que nadie saliera, fue una pelea violentísima, en medio de la cual el Macuarro
abandonó el salón porque era evidente que tarde o temprano le tocaría a él.
Nadie
daba ni pedía cuartel, hasta que se oyeron los gritos de los Conserjes y las
amenazas para que abriéramos la puerta o nos expusiéramos a la expulsión. Todos
nos calmamos, habíamos recorrido mucho camino para llegar a 3º y nos esperaba
la oportunidad de entrar a Vocacional en el Politécnico, así que abrimos la
puerta y nos llevaron al patio de la
Escuela, en fila nos interrogaron sobre quién inició la
bronca, desde el tercer piso nos observaba el Macuarro, Laura Blancarte y quienes
no habían estado en medio de la pelea; nadie se atrevió a señalar al Macuarro
como el verdadero provocador de la violencia desde 1º año, tampoco nadie se
dobló, ni siquiera los súbditos del Macuarro, no era una practica común
doblarse en la Prevo
2, no se recordaba que alguien lo hubiera hecho. La amenaza fue…ó sale el que
empezó ó los expulso a todos, dijo el director, nadie se dobló y provocó la
furia del director, hasta que el Cuyo dio un paso al frente, yo fui, dijo; Felipe
el Conserje le azotó la cara con una vara de membrillo y el Cuyo resistió, unas
grandes lágrimas rodaron por sus mejillas. Todos adentro del salón gritó el director
y hacía él nos dirigimos.
Un
largo y justificado rollo del director, habló mucho tiempo, señaló que era una pena
echar todo a perder, poco a poco se fue calmando y en un alarde de generosidad
nos dejó ir a todos con la amenaza de que teníamos que parar con la violencia,
estábamos a unos días de concluir la Prevocacional y sería un acto estúpido perder
todo, la escuela y el director no tolerarían más violencia. En silencio y por dentro
agradecidos abandonamos la escuela, serios, callados, con moretones, pero con
una nueva oportunidad.
Vendría,
finalmente, el hecho que me hizo recordar a Laura Blancarte. El último día de
clases, en medio de una calma engañosa, en la cual todos callados tomábamos las
últimas lecciones, llegó un receso de 10 minutos entre clase y clase, como
siempre los tiradores de clavados buscaban víctimas entre los de 1º y 2º, el
Cuyo que se había comportado muy serio después de la descomunal bronca buscaba
víctima por arriba del primer piso, lugar en el que se encontraba la Prefectura y en donde
los Maestros descansaban entre clases y se recargaban sin ninguna preocupación
en el barandal. Era claro que su estatus de Maestros impedía que alguien osara
echarles “un clavado”. Yo platicaba tranquilamente con Laura, que se había
convertido en una mujer delgada, espigada, igual de tímida, pero un poco más
risueña e interesante, el tema de conversación era sobre cuál Vocacional
escogeríamos, desde donde estábamos se veía al Cuyo buscar a su presa. De
repente vimos como los compañeros que estaban cerca de él se retiraron dejándolo
solo después de unas palabras que éste expresó; abajo del Cuyo estaba nada
menos que el Maestro Blancarte, el padre de Laura y a quien el Cuyo había
escogido como su blanco.
Miré
a Laura, ella permaneció serena, era evidente que el Cuyo ya había decidido
hacerlo y que nada lo impediría, toda la escuela veía atenta lo que Rafael el
Cuyo estaba a punto de hacer, nadie entendía las razones, salvo Laura, que me
comentó …a eso lo orillaron… y se retiró al salón. El Cuyo apuntó, en la
escuela reinó un extraño silencio y tiró el “clavado”, el cual con precisión
milimétrica explotó en la calva del Maestro Blancarte, casi al mismo tiempo que
se cerraba la puerta de todos los salones de 3º año. Todos estábamos dentro del
salón, callados, expectantes, preguntándonos ¿qué iba a pasar? Laura quien
había seguido su costumbre de sentarse delante de mi, lloraba en silencio. Los
segundos se hicieron gigantes, algunos volteaban a ver al Cuyo que tenía el
rostro inexpresivo, de incredulidad por lo que había hecho. Finalmente se abrió
la puerta, entraron el director, el Maestro Blancarte, dos o tres Maestros más
y los prefectos, su cara era de sorpresa, de indignación. Todos nos
preguntábamos como era posible que esto hubiese sucedido. …Voy a ser muy rápido
y claro, tienen un minuto para decir quién fue, de lo contrario les juro que
todos serán expulsados…, dijo el director, pero solo encontró el silencio,
nadie abrió la boca, nadie se movió, las miradas se dirigían a Laura Blancarte,
seguras de que se doblaría, era mujer al fin y al cabo, era su padre, había
sido un acto vergonzoso, ella diría quien había sido.
Pero
no, nos equivocamos, Laura dejó de llorar, sumida en una enorme tristeza, se
mantuvo en silencio. Laura, dijo el director… ¿quién fue?, pero Laura se
mantuvo callada. Hermética ante el asombro de todos, ante el asombro y dolor de
su propio padre. Laura, acompáñanos, le pidió el director y salieron todos.
Como
recuerdo el silencio de ese salón, agobiado por la expectación y la angustia de
todos, ni una palabra, un silencio absoluto llenaba el ambiente, hasta que
regresaron los Maestros, el Director y Laura, la expectación era enorme, hubiese
bastado tan solo un murmullo para romper el silencio y la espera, pero nada, Laura
tenía la mirada llena de lágrimas y los ojos enrojecidos, se sentó con paso
firme y se escuchó la voz del Director ….Laura no nos ha dicho quién fue,
espero que algún día en el rincón de los hechos más valiosos de su vida
recuerden este hermoso acto de lealtad. El director volteó a ver al Macuarro y
le dijo…acompáñanos.
El
ambiente en el Salón cambió, sin que nadie se moviera de su sitio, sin que
nadie dijera una sola palabra, pero con todas las miradas dirigidas a Laura,
todas, algunas que nunca en tres años se habían dignado siquiera regalarle unos
segundos, ahora la enfocaban en medio del más inimaginable de los pensamientos…
¿Qué había pasado? ¿Qué había hecho Laura? ¿Cómo era posible que una mujer no
se doblara? ¿Quién era esta mujer callada, siempre seria, discreta, que cumplía
con una regla no escrita de lealtad en una de las escuelas secundarias más
violentas de México? ¿Cómo era posible que una mujer no se deshiciera en llanto
y señalará indignada al culpable de agredir a su propio padre? Todos seguimos
callados sintiendo como nuestra percepción del mundo cambiaba en solo segundos,
como los falsos valores sobre el valor y la lealtad que conocíamos se desvanecían
en las manos. Una mujer nos había puesto el ejemplo, en una zona prácticamente
vedada para ellas, en el ambiente más violento, en medio de las emociones más
complejas que un adolescente puede vivir. Sin embargo, esa no era la última
sorpresa del día.
VI
En
medio de nuestras reflexiones nos olvidamos del interrogatorio al que sometían
al Macuarro, pero no había preocupación, el Macuarro era el ejemplo de duro, no
había dudas, si alguien no se doblaría sería el Macuarro, quien había
demostrado su valor y hombría durante tres largos años. No, desde luego que no,
nadie rajaría y menos el Macuarro, así que la Escuela tendría que tomar
la decisión de expulsarnos a todos o de perdonarnos como ya lo había hecho el director
apenas unos días antes. ¿El Macuarro?, no, no, claro que no.
Después
de unos largos minutos la puerta se abrió y entró Felipe el Prefecto, caminó
directamente al Cuyo, lo tomó de los cabellos y le dijo…de esta no te salvas
cabrón.
Esa
era la última parte de la lección del día, del año, de los tres años cursados
en la Prevo 2, de toda una vida: el valor no está en la violencia o los actos
de agresión cobardes, no es facultad de los hombres, no es su exclusiva. La
lealtad es un bien común y la practica la gente de bien en todo el mundo. El
valor y la dignidad son universales y se encuentran en el corazón y en la mente
de los seres humanos de buena voluntad. El alma más inocente y pura es tan dura
como el acero y ésta, de verdad, no se dobla nunca.
VII
Del
Macuarro no vale la pena ningún comentario adicional, resultó como los
políticos que han engañado y vivido del pueblo de México, igual de artero y
mentiroso que todos los que se dicen periodistas y que viven de venderse
servilmente a las autoridades en turno, igual de gandalla que todos los
dirigentes y empresarios que viven de medrar del erario público y de
componendas, resultó igual de cobarde que el policía que abusa del poder de una
placa y que sirve a los narcos en lugar de a las personas que le depositan su
confianza e igual de desleal que muchos de los políticos y dirigentes de México
que prometieron dedicar su vida en aras de un mejor país y una vez en la silla
lo han traicionado entregándolo a los intereses del gran capital. Esos no son
los duros, son los cobardes, los entreguistas, los desleales, los traidores a
sus principios.
Respecto
a Laura Blancarte, tenía razón el Director de la Escuela, ella se convirtió
en un referente constante en mi escala de valores, me enseñó que la dignidad y
la lealtad no tienen precio, aun en las más complejas y difíciles
circunstancias; Laura fue, finalmente, la verdadera dura de la Prevo 2, el ejemplo a
seguir; tan dura como mi hermana Raquel, Kato, quien luchó con todas sus
fuerzas para lograr sobrevivir a muchas y complicadas operaciones, terapia
intensiva y largos tratamientos durante mas de un año y todo porque éste es un
buen lugar para vivir y para hacerlo dignamente; tan dura como mi madre, que amorosa,
callada, porfiadamente, constante y atenta, cuidó de Kato por más de 400 días,
sistemáticamente, acariciándola y hablándole al oído, hasta que se recuperó al
100%; tan dura como Carmen Aristegui, que cumple su papel de periodista con
dignidad, con inteligencia, ante la adversidad y sin doblarse; tan dura como
Ana Gabriela Guevara, que renunció a la gloria de asistir a una tercera
olimpiada, antes de seguir aceptando el trato indigno y grosero de las
supuestas autoridades deportivas; todas ellas tan duras como tantas mujeres de
este México, quienes dentro de la delicada piel, guardan un enorme corazón y
tienen el alma de acero.
Gabriel González J.
Junio, 2008.