Juan Luis Navarro fue mi padre, mi hacedor, el vampiro que me dio vida. Siempre sentí su
cercanía por el olor que emanaba, un hedor imponente. Fue quemado, destruido,
descuartizado en trozos bien cortados. Cientos de años después paseando delante de un
viejo cancel que hay cerca de mi calle, comencé a sentir una pestilencia peculiar.
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