miércoles, 3 de mayo de 2023

Pulsión de muerte - Novella - de Federico Ambesi - Cap. 1 cuentas pendientes

 PRIMERA PARTE

Cuentas pendientes

 

Hay casos en los que un carácter sensible, de esos que causan ternura tanto en quien lo posee como en los demás, no es más que la fachada de un espíritu frágil, incluso mezquino. Los vientos del destino, con sus fuerzas variantes, pero determinadas, actúan con frialdad llevándose esta máscara, la sepultan en el pasado y sólo dejan, a modo de prueba de lo que alguna vez fue, recuerdos que servirán para la posterior comparación. Es entonces que se muestra, con brillo inusitado, el hombre nuevo, llamado “distinto” por los demás, quienes no logran explicarse el cambio que hasta entonces habían considerado imposible en las numerosas especulaciones de las que cada uno de nosotros forma parte cuando es nombrado. Tal fenómeno sucedió una vez con uno de esos hombres buenos, de esos por los que, antes que afecto, se siente una compleja compasión. Por supuesto que él no lo notaba, aunque era evidente que todos se iban alejando de su lado como si de pronto hubieran comenzado a odiarlo. Como animal social que es el hombre, Radek intentó encontrar nuevas personas con las que relacionarse, pero había algo en su corazón que le pinchaba cada vez que se acercaba a los demás. Al mismo tiempo, por más que se esforzara, la gente parecía percibir la oscuridad que poco a poco iba tomándolo por completo y, al cabo de un tiempo, lo dejaban de lado. El orgullo, que a veces enaltece y otras tantas aniquila, le hizo pensar que no necesitaba a nadie más, que podía arreglárselas con sus propias fantasías. Sin embargo ¿quién está verdaderamente listo para vérselas con la soledad y salir indemne? La desesperación puede llevar a un hombre a cualquier resultado, al cual, finalmente, éste se aferra como si se tratase de la última esperanza fidedigna de continuar viviendo, de alcanzar la preciada idea de la felicidad. Una especie de rencor lo ató al nihilismo, y el astuto dolor se disfrazó de virtud. Pero había piezas faltantes, pues el mundo, por más que se pretenda, es un campo de batalla en el que cada uno debe aliarse a alguien más para luego romper relaciones y así continuar en la constante pugna con Dios. Por eso Radek, sin percatarse, fue construyendo un universo paralelo en donde él era el tirano, el humillado y la mismísima resurrección. Su carácter volvióse vengativo y burlón, como si fuera un arlequín. Al abrirse esta puerta, otros demonios confluyeron a su reino, y como todo monarca, acabó por ser un blanco al cual sus súbditos dedicaban todas sus maldiciones. Un rey paranoico siempre busca su chivo expiatorio, por eso desconfiaba de los demás hasta el punto de creer que todo aquel que estuviera fuera de su cuerpo representaba una amenaza. Se volvió huraño, retraído; convirtió a su hogar en una fortaleza y en menos de un año perdió contacto con la sociedad. Mientras tanto, en su mente se formaban ideas cada vez más retorcidas, de esas que censuramos con horror cuando apenas destellan en nuestras cavilaciones, por temor a convertirnos en un monstruo. Lejos de amedrentarlo, las pesadillas lúcidas causaban placeres irrefrenables en Radek y pronto se volvieron vicio. Éste era Radek, y su parte en esta historia comienza pocas horas antes de la noche de un domingo de otoño del año 1993, tiempo en el cual, pese a su obstinación, comenzaba a darse cuenta de que estaba sumergido en una pesadilla orquestada por él mismo.

Merodeaba semidesnudo por la estrecha vivienda de dos ambientes sin una pizca de sueño, en un estado de alerta superlativo que lo mantuvo al punto del colapso durante toda la jornada. Su mente había empeorado durante los últimos días, pero fue en ese preciso momento que se sintió más atribulado que nunca. Por eso fumaba un cigarro tras otro, llegando al punto de sentir arcadas que lo hacían tirar la droga con un gesto de repulsión sólo para encender uno nuevo a los pocos minutos. Las voces en su cabeza se volvían cada vez más constantes, palpables, y llegaban a decirle qué hacer, cómo y cuándo. En el afán de exorcizarse, escribía sus pensamientos en un viejo y maltratado cuaderno que volvía a leer cada vez que la ansiedad le atacaba. El último de sus escritos permanecía sobre la mesa del comedor, rodeado por vasos, colillas y papeles abollados. Lo miró desde lejos, luego se fue acercando y lo tomó para repasar las palabras escritas durante el día anterior:

Mayo de 1993

Me tiene. No puedo describirlo, sólo sé que me ha atrapado. No es un <<quien>> ni un espectro, más bien huele a animal… se metió en mi cuerpo y sólo me abandona para dejarme llorar un poco, así me burla y se asegura de que no me queden fuerzas para pelear. Retuerce mis nervios a su antojo, me tiene en un delirio constante al entregarme voces y figuras que alimentan tanto a mis miedos como a mis deleites más íntimos. He llegado al punto de no saber si existo, tal vez ya no sea más que su sueño. Hace algunas noches me hizo ver que mi perdición sería a manos de una mujer, animal al que me resisto cada vez con más trabajo. No logro pensar en una mujer sin sentir la necesidad de cortarla, desde el hombro hasta las clavículas, usando un alfiler. Las pocas veces que salgo a la calle me paralizo al verlas pasar, tan hermosas, tan vivaces. Cierro los ojos, proyecto el corte, es entonces que mi cuerpo se estremece y el placer me domina. Me resulta inexplicable, pero encantador. Por eso me escondo, porque temo, y es entonces que las voces se acrecientan contra mí <<Olvidate del amor, de la compasión, del nudo que controla tus impulsos; son creencias, nada más>>, Dicho así, parece absurdo, incluso aceptable ¿Quién más podría entenderme? Sé que llegará el punto en el cual perderé el control, no seré capaz de domeñar a este tirano, y mientras espero, me pregunto cuáles son sus ambiciones… Creí haberle entregado cuanto había en mí, pero quiere más, no le alcanza con verme de rodillas, me quiere en el foso, y para arrastrarme necesita que haga algo, que rompa un límite, lo sé. Pude verlo, sentirlo, no era un sueño, sino una reacción. La luz, la maldita luz brillante en mi cabeza, en mi cuarto, día y noche, sobre todo por la noche ¿Será posible aplacarla? Mis manos ensangrentadas, mi risa, un goce extremo. El cuerpo yace desnudo, conserva el horror y dejo de ser quien fui. Nunca más veré la tierra, ni el sol; le pertenezco ¿Cómo se vuelve de aquel primer deseo de matar, sobre todo cuando uno lo ha sentido de un modo tan sublime?

Radek.

Hacia la medianoche todo permanecía en aparente calma. Prevalecía el silencio, a excepción del murmullo proveniente de la avenida ubicada a pocas cuadras de su hogar. Primero fue un susurro que brotaba desde algún rincón, como si estuviera forcejeando para salir de su escondite, luego un trino lacónico, tan violento como un rugido y fugaz como el relámpago.  Finalmente, lo escuchó con claridad. No se trataba de las voces de siempre, sino del canto de un zorzal que le decía:

—No temas, da el salto. Dejame salir. —sonaba, incesante, como un eco que se adueña del espacio.

—¿Quién sos? —preguntó, asustado, a sabiendas de que se trataba del enemigo de siempre.

—Es hora de que lo hagas, no se puede esperar más. Dejame salir…

 

Radek se puso a caminar, intentando evadirse, mientras la orden se repetía una y otra vez. Aterrado, pero curioso, comenzó a andar por la casa, mirando cada rincón sin saber bien qué buscaba. En eso, encontró bajo la mesa un hilo de sangre que fluía tranquilamente como una serpiente rojinegra que brilla por sí misma. Atraído por la cadencia del movimiento lineal, clavó la vista en él sin preguntarse de dónde venía ni hacia dónde pretendía llegar. El tejido causó honda impresión en nuestro hombre, que se perdía contemplando el misterioso trasiego a la par que su conciencia le abandonaba. Movido por una sensación desconocida, se miró las manos, encontrándolas por completo ensangrentadas. Un calor intenso le recorría el cuerpo <<Hacelo… hacelo para que todo se termine>> Sus ojos se fueron cerrando lentamente, como si entrara en otra dimensión. Comenzó a acariciarse el cuerpo, que al punto se volvía multidimensional, y sintió placeres nunca antes experimentados corriendo ora por su interior, ora por el lado externo. El vértigo afluía en su sexo, le causaba escalofríos, y al acto, brotaba en forma de jadeos histriónicos que se alternaban con una risa colérica. Entonces la voz, que hasta entonces parecía inalterable, se distorsionaba al igual que su cuerpo, para volver a convertirse en un trino agudo, casi metálico, que, sin embargo, repetía la misma orden <<Es el momento, dejame salir…>> Al abrir los ojos, Radek encontró a sus pies un cuerpo desnudo, perfectamente trazado por hermosos alfileres —Mañana mismo —dijo en un tono muy suave, que mantenía para prolongar el éxtasis — Voy a cumplirte…

Amanece. La mirada abyecta, el odio encarnizado; apenas recordaba los eventos de la víspera. Piensa en levantarse, pero algo le retiene en la cama, aunque le exaspera la sábana enroscada, a fuerza de haberse movido durante el sueño, convertida en un nudo tan blando como invencible. Mira hacia un costado y ve el montón de ropa que yace en el suelo. El bulto, apenas a un metro de distancia, se le antoja inalcanzable, pues no basta con estirar el brazo para tomarlo. Le es imposible esquivar la luz del sol que ingresa por la pequeña ventana junto a la cama, siente que le lastima los ojos. Voltear es inútil, ya no soporta estar allí. Es entonces que se lanza desde la cama, toma las prendas y comienza a vestirse el pantalón de corderoy, la camiseta blanca y un suéter negro, raído hasta el punto de parecer un simple harapo. También las suelas de sus zapatos de cuero están arruinadas, al menos lo suficiente para notar la textura del suelo en cada pisada. Mientras va hasta la cocina, tantea con apuro en cada uno de los muebles buscando el encendedor. Se coloca un cigarrillo entre los dientes cariados, lo muerde un poco, dice algo ininteligible, toma las llaves y un puñado de alfileres, de distintos tipos y tamaños, que parecían estar preparados para llevar a cabo una proeza, y cruza la puerta de calle. Hace tiempo que no está afuera, por lo que todo le resulta novedoso, aunque sabe muy bien qué dirección tomar, qué calles elegir y los posibles rostros con los que puede encontrarse en el camino. Mira a todos de reojo, a veces tiene la osadía de clavarles la mirada y soportar lo suficiente; sabe por experiencia que nadie se detendrá frente a él. Al mismo tiempo, el encierro le ha llevado a no saber cómo relacionarse con los demás, por lo que, al mirar, lo hace con cierta extrañeza que acompaña su constante gesto de desafío. Camina sintiéndose un criminal, un ser calamitoso perdido entre rostros complacidos por la nada. Siente tanto asco por la gente como por sí mismo; no obstante, continúa a paso firme. Al final de la avenida tocó la puerta del prostíbulo. Le recibió un tipo gordo que sin decir palabra comenzó a palparlo antes de dejarlo entrar. Radek se sentó en un sofá de tres cuerpos, sin decir palabra, aunque no se estuvo quieto, sino que sus movimientos eran tan duros como los de un muñeco, tal era el peso de sus nervios aquel día. Cuando entró al cuarto y vio a la mujer sacándose la ropa, tuvo ganas de reír. Pero se contuvo para no perder la oportunidad de acabar con todos sus pesares. Ella parecía un tanto apurada, sin ánimos para cumplir con el turno del joven que se había sentado en la cama sin quitarse siquiera los zapatos.

—¿Para qué es el forro? —preguntó Radek, mientras ella tiraba del empaque.

—¿Me querés dejar un pibe también? —responde, socarrona— Dale, papi… sacate la ropita.

La mujer tenía la voz ronca de tanto fumar, seguramente también bebía mucho, aunque tenía un rostro angelical, poco frecuente en lugares como aquel en donde se pagaban tan sólo cinco pesos por un servicio completo. Después de recostarse en la cama y sentir las manos de la prostituta sobre su pecho, le invadió la repulsión, pero fue cuando fijó la vista en su rostro que tuvo vergüenza ajena y dando un salto se alejó de ella.

—¿Qué te pasa? —se exaltó la mujer— Si me vas a boludear, pagá la hora y tomatelás de acá.

—No venía para eso, me asquea el contacto humano; sólo quiero cortarte… —dijo, enseñándole un alfiler.

Espantada, la prostituta salió de la habitación pidiendo auxilio, y en menos de un minuto, el mismo tipo gordo de la entrada se hizo presente para sacarlo de allí. Tuvo suerte de que no lo golpearan, aunque no se salvó de pagar la hora antes de salir.

<< ¿Qué carajo estoy haciendo?>>, se reprochaba. Mientras caminaba de regreso, por un instante vio al mundo como antes y una ráfaga de compasión lo tomó por completo. Los niños volvían a parecerle hermosos, lo mismo los árboles. Al doblar en una esquina y cruzarse con un viejo que inclina la cabeza en un saludo cordial, su corazón estalla, entonces él también le da los buenos días e infla el pecho << ¿Habré vuelto?>>, se pregunta. Abrigaba la sospecha de que sólo había bastado con salir, enfrentar sus oscuras obsesiones y así todo había acabado. Pero entonces, andando un poco más, vuelve a ver aquellos rostros vacíos que una vez le hicieron meditar profundamente sobre la condición humana. La sonrisa, la voz, el andar: estándares, mediocridad. Un nubarrón le muerde el músculo vital y una voz le ordena encerrarse nuevamente << ¿Para qué vas a enredarte con los que merecen mierda? ¿No viste cómo te miran?>>, le dice. Radek se sofoca, mira en derredor buscando ayuda, pero ¿a quién le diría todo eso? El viejo de hacía unos instantes ahora le parecía un simple idiota. De nuevo el mundo conspiraba en su contra ¿Qué más podía esperar? Sin advertir sus pasos, llega hasta su casa y allí se mete. Aquellos muros, la atmósfera cargada y la especie de tiniebla sempiterna de la vivienda eran el vivo reflejo de su fuero interno. Se quedó sin moverse, temblando y en pleno delirio, hasta encontrarse con la noche.

Hacia las once, quiere dormir, pero no puede; la misma voz de antes repite una y otra vez que es menester dar el salto, y a la par de estas órdenes, Radek balbucea un nombre que le suena familiar… Si en un principio le dominó el temor, ahora se trataba de cumplir con algo que consideraba urgente, necesario, una especie de hambre voraz. Mientras las voces continuaban, él iba aceptando lo que creía su destino. Así de decidido, se pasa el resto de la noche esbozando un plan maestro. De cara a la pared traza una línea, anota pasos a seguir. Luego, en un súbito rapto de razón, tacha las palabras comprometedoras, pero al rato vuelve a escribirlas mientras ríe a carcajadas. Son las seis de la mañana cuando, agotado, al fin se durmió con el velador prendido y sin siquiera taparse. Esa noche no sueña, le basta con todo lo que pasó estando despierto, así que duerme hasta cerca del mediodía, cuando el sol se mete por la ventana y le pincha los párpados. Otra vez se sintió abatido, con ganas de quedarse en la cama para siempre, pero necesitaba terminar con las dudas. Luego de una taza de café quemado, bebida a prisa junto a un cigarrillo, partió.

En media hora llegó hasta la casa de Ana María, su madre, quien lo recibe entusiasmada y no deja de hablar mientras prepara las tazas y pone a calentar un cazo con agua << ¡Hace tanto que no me visitas, no te imaginas lo contenta que estoy! >>, le dice, pero Radek no habla, sólo mira el mantel estampado con margaritas y se pierde en las roturas del plástico sin prestar atención a las historias que la madre narra sin cesar, creyendo que él le pone algún tipo de atención. Cada tanto le echa un ojo, se siente incapaz de matarle y quiere hablar para desahogarse. Antes, cuando los delirios eran una novedad, no se animó a abrirse, y ahora, al notar aquel vacío en los ojos de su madre, comprende cuán lejanos son los dos, que ya es tarde para hablar. Entonces vuelve a ensimismarse, balbucea <<Nunca lo va a entender… no puede…>> No ha dejado de repetir en su cabeza las palabras que le encumbraron la carne durante la víspera. Como despertando de un ensueño, levanta la cabeza y se excusa para ir al baño. <<Sabía que el arma de mi abuelo estaba en la casa… Ella la guardó como si fuera una reliquia ¿me entienden? Una bala, nada más, suficiente para cruzar hacia la eternidad>>, diría más tarde, durante el interrogatorio. Ahora tiene el arma entre ambas manos. La mujer lo mira boquiabierta, él no se decide a hablar o simplemente tirar del gatillo. <<Esto es algo que voy a hacer, pero no me define, para nada…>> Apunta hacia ella, dispara un proyectil que le da justo en el pecho. Cuando Ana María cae, el hijo se paraliza y mira la obra del plomo. Comienza a parpadear con intermitencia, pretendiendo invocar a la misma voz que le propuso cometer tal acto para pedirle explicaciones, evidenciar la falsía del hecho, pero es inútil, no hay nada. Entre las imágenes que se le cruzan por la mente, se presenta el recuerdo de haber visto a su madre varias veces la última noche durante los ataques << ¿Por qué a ella?>> 


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Dana Schutz

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