miércoles, 3 de mayo de 2023

Pulsión de muerte - Novella - Federico Ambesi - Cap 2 El arresto

 

El arresto

 

 

Ni bien llega a su casa, va directo al dormitorio y se tiende desnudo sobre el colchón, con la mirada fija en el cielorraso. Las imágenes del crimen pasan una y otra vez frente a sus ojos; impera, sobre todo, la voz de su madre concediéndole el perdón, rogándole que escape, instantes previos a morir. La voz fluye por una boca semejante a la de un pescado recién sacado del río; lastimera, empapada en lágrimas, con aquel desespero final al que todo ser se aferra antes de lo ineluctable << ¿A dónde querés que vaya?>>, le habría dicho él. La sensación de muerte que Radek tiene en la mente, pronto queda obnubilada por otras emociones, unas mucho más personales que brotan en un acto de autocompasión. Le duele saber que nunca ha logrado comprender al mundo, a los demás. Sus modos, la forma de hablar y actuar no eran interpretadas por los otros en ningún sentido. El hombre andaba solo todo el tiempo, nadie a su lado, nadie en su contra, y hasta entonces no lo había advertido, al menos no tan claramente como ahora ¿Fue necesario un impacto tan fuerte para abrir los ojos? Estas preguntas, claro está, no se las hacía de una manera tan precisa, sino que venían a su mente fragmentadas, encerradas en pequeñas nubes que, tan pronto como llegaban a convertirse en un principio de idea, se fundían con otros pensamientos hasta volverse ininteligibles. Ya no trae el arma consigo, la ha tirado en alguna parte del camino, sin darse cuenta, pero esto no le preocupa, sólo mantiene los tendones rígidos, espera el desenlace. Permanece recostado, cualquier movimiento le parece un riesgo ¿Qué puede hacerse después de algo así? Antes de caer en un estado de suspensión total, comprende que la realidad no se parece en lo más mínimo a las recurrentes fantasías. El goce no está; la liberación, mucho menos. Continúa oyendo el mismo enunciado proveniente de las alucinaciones, sólo que esta vez se encuentra tan desesperado que el sonido parece débil. Así las cosas, no piensa en escapar, sabe que cualquier intento de salvarse resultaría inútil. Por la ventana observa el vuelo de un perfecto zorzal, que aterriza frente al vidrio y contempla su reposo. En sus ojitos puede verse un dejo de satisfacción. Radek lo mira, y al punto no sabe qué tan real podría ser. En otra ocasión hubiera intentado comunicarse con él, pero ahora lo ignora, ya ha tenido demasiado. Todo está muy fresco, sonoro. Sabe que, si se asoma fuera del cuarto, verá a la misma serpiente cruzando la sala una vez más. El siseo, inconfundible, ha sido parte de sus últimos sueños. Cierra los ojos, la oye reptar, parece estar acercándose lentamente. Entonces el tiempo se quiebra, la fricción de la serpiente con el suelo se convierte en golpes contra la puerta acompañados por gritos. Lo tienen. Uno de los uniformados lo toma del cuello, el hombre camina tirado por la fuerza del oficial, sin resistirse a las órdenes, impedido de moverse. Otros dos patean los muebles y no dejan de gritar mientras intentan dar con el arma. — ¡Es una mano, disparé con la mano! —repetía el prisionero.

Lo suben al patrullero, ve su casa y al barrio por última vez. Al llegar a la esquina recuerda toda su vida; de nuevo se siente como un niño << ¿Qué van a hacer conmigo?>> pregunta a los malhumorados canas. Estos le pegan puñetazos, se concentran en las costillas y piernas; son tipos fuertes que parecen estar tristes y enojados. Al rato detienen la marcha y lo bajan del vehículo. A fuerza de más golpes logran ponerlo de rodillas. Uno de los oficiales, calvo y de mirada intensa, se pone frente a él, lo mira con una sonrisa forzosamente estirada en la que apenas muestra los pequeños dientes superiores. Comienza a sacar el pingo sin bajarse del todo los pantalones. Radek teme lo peor cuando escucha la voz firme, mezclada por las risas de los otros tres, diciéndole que se prepare.

—Vas a hacerme un pete, boludito.

—No, no quiero… yo no… ¡No! —se opuso, intentando sacudir el cuerpo para alejar al policía.

—¡A mí no me grites, pendejo!

El pito arrugado comienza a erguirse sin premura. El hombre se frota para acelerar el asunto mientras, desesperado, el reo grita y lo maldice. Un tirón de pelos, más puños contra la nuca y el rostro bastaron para hacerlo callar. Antes de que el miembro le tocara los labios, Radek se muerde para evitar la violación, pero el oficial está decidido a hacerlo, es una práctica que repite con cada detenido que sube al patrullero. Al ver que este daba pelea, se pone furioso:

—¡Dale, hijo de puta!

—No sé cómo se hace, soy virgen. —declara Radek, haciendo que los demás rompan en carcajadas gruesas y exageradas.

—¿Me estás tomando el pelo, pendejo de mierda?

Le vinieron arcadas, mareos y terminó vomitando sobre el policía, haciéndole perder la erección. Mientras le daban una y otra vez con la macana, Radek cayó al suelo, orgulloso de haberse librado de algo que le parecía terrible.

—¿Lo hice bien, señor? Quiero decir si fui un buen puto, como a usted le gusta…—inquiere el reo, apenas consciente.

—¿Qué decís, hijo de puta?

—El puto es usted, que le pide a un hombre que le haga sexo oral… No lo tome a mal, no tengo prejuicios contra los homosexuales.




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