martes, 4 de octubre de 2022

El desgarro. Un relato de Ayelén

 


 


No tengo muy claro en qué momento empezó todo, ¿cuál fue el desencadenante?, ¿en qué momento todo esto se libró de los límites que en algún momento coloqué?, ¿por qué la intermitencia era cada vez más seguida?, ¿por qué?, preguntas que no serían respondidas, que ni siquiera yo estando en primera persona puedo resolver, una interrogante sobre la otra volviendo cada vez más densa la capa, calando tan hondo que lo único que podía hacer era directamente ignorarlo. Ignorar las preguntas e ignorar hasta mis pensamientos. Di una carcajada ante tan ridícula conclusión, mis amistades y pareja con quienes compartíamos un almuerzo se mostraban confundidos, seguramente creían que me había vuelto loca. ¿Lo hice?, no, ¿verdad?

Lo hice. Me levanté del asiento ignorando la única voz que hasta hace pocos minutos era capaz de irrumpir en toda la oscuridad donde me sumía, su dulce y fina forma de dirigirse a mí no tuvo ningún efecto. Salí de la casa ignorando por completo el riesgo de correr utilizando zapatos de tacón, lo único que me hacía recordarlos era el sonido que emitían contra el suelo, el viento parecía querer detenerme, como si con las ráfagas fuese a cambiar la dirección en que mis pies querían llevarme. Me desligué de esto, estaba dejándome llevar, el dolor físico se omitió, solo corría. Mi llave cayó, recién ahí pude darme cuenta de que estaba frente a la puerta de mi casa, ¿cuándo llegué?, negué de inmediato, abrí la puerta, adentro el silencio en contraste con lo que ocurría en mi mente. Mis padres no se encontraban en casa, ingresé como si todo me fuese ajeno, cerré al instante la puerta detrás de mí y corrí hacia mi dormitorio, apenas ingresando las variedades de plantas que descansaban, parecieron saludarme, respondí del mismo modo, con una sonrisa.

Una punzada en mi pecho como si del entierro de un puñal se tratase logró que abriera la boca para gritar destruyendo la quietud del ambiente, este grito desgarró mis cuerdas vocales en el acto, derribándome en la cama antes de completar el siguiente segundo. Otro grito y las lágrimas empezaron a brotar sin permiso. Sigo sin recordar con exactitud cuándo o por qué inició todo esto, pero se repetía cada que bajaba la guardia, en el silencio sepulcral de mi habitación, donde solo imágenes verdosas mostraban preocupación, impotentes de no poder despegarse del sustrato pues morirían. Lloraban ellas, lloraban por mí, lloraba yo, lloraba por mí.

 

Un segundo, solamente pedía un segundo, la tranquilidad se estaba alejando con una expresión de desagrado, la vi irse, entonces entendí que debería acostumbrarme a todo esto. Mi mano temblorosa tocó la suavidad del ser vivo que con su presencia intentaba calmarme, le sonreí haciéndole creer que había cumplido su labor. 

Mis pies a paso lento y cansino me dirigieron hacia el baño, era lo más cercano, lo más cercano a huir. Me aturdí por un momento, un descuido y no sentí mis manos, cuando bajé la vista para buscarlas, las uñas de mi diestra ya habían rasgado la piel. Lo supe, supe ahí lo que estaba ocultando; que la única solución que tenía era morir, al momento no pude evitar volver a romper en llanto, nuevamente era débil, había pospuesto mi suicidio un mes más, pero solo se cumplieron dos semanas y el té ya estaba servido. Lo supe, era la única salida, lo bebí consciente de que con eso destrozaría las sonrisas que me esforcé por proteger al aguantar un poco más, no había vuelta atrás, en quince minutos me sumiría en el eterno descanso.

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