Las resistencias se están aflojando y en cualquier momento eso va a dejar de
funcionar. En la gran sala, mujeres de alta alcurnia juegan endiabladas al ticket-
canasta y los tornillos se van aflojando, y tuerca tras tuerca, aquello se desarma,
aunque no lo perciban.
Tres cerditos finos comen avena de un mismo plato, y eso es bueno porque la
avena les ayuda a eliminar el colesterol. Por la hendidura se cuela una raya fina y
desde el suelo se levantan unos cimientos azules al compás de un son cubano, y
entonces la escena queda que es una belleza.
Ya están todos: las mujeres a la mesa, los tres cerditos, la raya y un mono tití que
se trepa a la araña como si fuera un columpio, pero resulta ser que es de verdad
una araña, araña venenosa que pica al mono, y lo hace caer en picada. Cae el
animal desde lo alto, y va a dar a la mesa de las señoras que ríen desmesuradas,
cubriéndose las bocas chismosas, con las manos agudas. Se levanta una de ellas,
haciendo una pantomima exquisita y dice que hay que llamar al Domo para que se
lleve al mono. El Domo se hace el distraído, pero el distraído lo ve… y el Domo, de
patitas a la cocina a buscar una pala y una bolsa plástica para envolver al animal.
Cunde el pánico en la cocina. “Terminar así… un animalito tan simpático” Los
cerditos se dan por aludidos y en fila india, enfilan para el pasillo y bajan sigilosos
por las escaleras para no hacer ruido.
Mientras tanto, el Domo (que todavía no consigue una bolsa suficientemente dúctil),
y Judith, una de las mujeres de la mesa, que gritonea y que ya se pone a dirigir el
tránsito: esto aquí, y vos allí y que cierren la ventana. En la habitación, sólo ellas, el
Domo, y el difunto primate. Santa sepultura no le van a dar. Patada y a la calle, y
que sea rápido, que eso va a empezar a despedir los gases típicos que emana todo
cuerpo recién fallecido.
Deportado el cadáver del mono, el orden parece restablecerse. El Domo
desaparece de la escena y todo otra vez: a jugar canasta. Pero nadie ha advertido a
la raya, que muda se ha colado por la hendija. Las señoras almidonadas ríen
burlonas, acaso divertidas, y la raya, por lo bajo, hace de las suyas: las va rayando
hasta sesgarles los pies. Judith siente algo al levantarse para tocar la campanilla,
pues al erguirse, se rebana prolijamente al medio y es la raya la que le ha dado el
corte perfecto. Desdoblada, su mitad izquierda camina hacia el living, y la otra,
retrasada, queda inmóvil, entendiendo pavorosa algo de la situación. Una amigota
monigote con cogote, al verla, transpira la bota: “¡por dios, Judith! ¡te has hecho
dos!” Las demás miran absortas sin saber a quién deben hacerle caso ahora. La
mitad de Judith que se había ido hacia el living, regresa asombrada y dice a las
amigas: “¡estoy a-sombrada! ¡Tráiganme dos sombreros! ¡no tengo sombra, pero sí
doble forma! (y señalando su otra mitad) ¡y “Ella” me completa!” Todas ríen
eclécticas. Una parte de Judith se mira con la otra y ambas sienten unas inmensas
ganas de bailar. ¡Que se arme la fiesta!
La raya se anima, al ver lo que es capaz de provocar en las mujeres. Toma ahora a
Nora, la rebana, y entonces Nora también se deshace en dos hemisferios iguales.
Parece liberada y sonríe satisfecha. La raya se engolosina: sube de un salto a la
mesa y de allí se zambulle violenta en la barriga de Cristina. Como un leñador la
rodea hasta cerrar la circunferencia. La mitad de arriba de Cristina cae como un
tronco; la otra queda aferrada a la silla. Todos los ojos miran el torso- cabeza de
Cristina que tiene los ojos abiertos y quietos. Se produce un profundo silencio.
Comienza a hacer frío. La raya se pasó de la raya. Cristina está muerta. Judith
reacciona: llama enfurecida al Domo. Primero el mono y ahora esto. Que traiga otra
bolsa, que se la lleve. Que la fiesta termine. Todas afuera de mi casa, que cada una
agarre su parte y se vaya. Terminó el juego. Es mucho por esta noche, suficiente.
Los tornillos se aflojaron del todo. Empezó el desguace. Cae el techo, se levanta el
piso, se desploman los cimientos azulinos, se descomponen las señoras. Caída de
la máscara. Momento de la verdad. Se descubre el rostro real del personaje. Que se
apague la luz. Esto es una maquieta.
Mariela Anastasio
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