jueves, 17 de noviembre de 2022

Nietzsche poeta, por la senda de Zaratustra


Nietzsche poeta, por la senda de Zaratustra





Zaratustra, el profeta que emprende un viaje para conocer a los hombres y buscar diferentes tesoros, es tal vez uno de los personajes más memorables de la literatura. Un libro repleto de poesía, blasfemia y consejos inolvidables que mira constantemente el interior del hombre mientras intenta superarlo para alcanzar al Superhombre…

 

Tomando el nombre de Zoroastro, profeta del mazdeísmo, una antigua religión persa, Nietzsche emprende un recorrido por los caminos que ya venía andando: La inmoralidad, la blasfemia en constantes burlas y reproches a Cristo y todas sus formas. Propone aniquilar el concepto de “poner la otra mejilla” y convertir al hombre en un dios guerrero.

 

¿En qué guerra nos metemos?

 

 

La sumisión hace pequeño al hombre, la sumisión ante un dios que no ofrece más que convertirnos en eunucos aplastados. El guerrero es un dios, es fuerte en sí mismo, no precisa de un ser superior que le digite la existencia. Zaratustra propone (casi ordena) vivir sin las órdenes que conocemos, aquellas que nos fueron inculcadas.

 

La poesía de Nietzsche

 

 

Conocido como filósofo, Nietzsche afirma no ser un docto. Son famosas sus críticas a Kant y el cambio de parecer que tuvo ante Schopenhauer, a quien tenía como ejemplo. Sin embargo, además de haber sido músico, el anticristo fue un poeta… En esta obra aparecen varias poesías que son los cantos de Zaratustra y afirman la calidad de su pluma en la materia.

 

 

La canción de la noche

 

 

Es de noche: ahora hablan más fuerte todos los surtidores. Y también mi alma es un surtidor. Es de noche: sólo ahora se despiertan todas las canciones de los amantes. Y también mi alma es la canción de un amante. En mí hay algo insaciado, insaciable, que quiere hablar. En mí hay un ansia de amor, que habla asimismo el lenguaje del amor. Luz soy yo: ¡ay, si fuera noche! Pero ésta es mi soledad, el estar circundado de luz. ¡Ay, si yo fuese oscuro y nocturno! ¡Cómo iba a sorber los pechos de la luz! ¡Y aun a vosotras iba a bendeciros, vosotras pequeñas estrellas centelleantes y gusanos relucientes allá arriba! - y a ser dichoso por vuestros regalos de luz. Pero yo vivo dentro de mi propia luz, yo reabsorbo en mí todas las llamas que de mí salen. No conozco la felicidad del que toma; y a menudo he soñado que robar tiene que ser aún más dichoso que tornar. Ésta es mi pobreza, el que mi mano no descansa nunca de dar; ésta es mi envidia, el ver ojos expectantes y las despejadas noches del anhelo. ¡Oh desventura de todos los que regalan! ¡Oh eclipse de mi sol! ¡Oh ansia de ansiar! ¡Oh hambre ardiente en la saciedad! Ellos toman de mí: ¿pero toco yo siquiera su alma? Un abismo hay entre tomar y dar; el abismo más pequeño es el más difícil de salvar. Un hambre brota de mi belleza: daño quisiera causar a quienes ilumino, saquear quisiera a quienes colmo de regalos: - tanta es mi hambre de maldad. Retirar la mano cuando ya otra mano se extiende hacia ella; semejante a la cascada, que sigue vacilando en su caída: - tanta es mi hambre de maldad. Tal venganza se imagina mi plenitud; tal perfidia mana de mi soledad. ¡Mi felicidad en regalar ha muerto a fuerza de regalar, mi virtud se ha cansado de sí misma por su sobreabundancia! Quien siempre regala corre peligro de perder el pudor; a quien siempre distribuye fórmansele, a fuerza de distribuir, callos en las manos y en el corazón. Mis ojos no se llenan ya de lágrimas ante la vergüenza de los que piden; mi mano se ha vuelto demasiado dura para el temblar de manos llenas. ¿Adónde se fueron la lágrima de mi ojo y el plumón de mi corazón? ¡Oh soledad de todos los que regalan! ¡Oh taciturnidad de todos los que brillan! Muchos soles giran en el espacio desierto: a todo lo que es oscuro háblanle con su luz, - para mí callan. Oh, ésta es la enemistad de la luz contra lo que brilla, el recorrer despiadada sus órbitas. Injusto en lo más hondo de su corazón contra lo que brilla: frío para con los soles, - así camina cada sol. Semejantes a una tempestad recorren los soles sus órbitas, ése es su caminar. Siguen su voluntad inexorable, ésa es su frialdad. ¡Oh, sólo vosotros los oscuros, los nocturnos, sacáis calor de lo que brilla! ¡Oh, sólo vosotros bebéis leche y consuelo de las ubres de la luz! ¡Ay, hielo hay a mi alrededor, mi mano se abrasa al tocar lo helado! ¡Ay, en mí hay sed, que desfallece por vuestra sed! Es de noche: ¡ay, que yo tenga que ser luz! ¡Y sed de lo nocturno! ¡Y soledad! Es de noche: ahora, cual una fuente, brota de mí mi deseo, - hablar es lo que deseo. Es de noche: ahora hablan más fuerte todos los surtidores. Y también mi alma es un surtidor Es de noche: ahora se despiertan todas las canciones de los amantes. Y también mi alma es la canción de un amante. 



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